El azar y la necesidad

Malos tiempos para la lírica

El incremento del IVA cultural no ha sido, ni de lejos, el peor mazazo que el actual gobierno del PP ha propinado a la cultura de este país, ya de por si poco inclinado al cultivo y goce de las artes. La gestión de la crisis institucional y económica que ha hecho el PP ha impulsado a muchísimos ciudadanos a ocuparse de la política para defender sus derechos y su parcela de libertad, a reflexionar sobre grises asuntos de estado que en condiciones normales no captarían su atención, a comprometer su ingenio y su tiempo en los quehaceres colectivos. Ese es el mayor éxito de la política contra la cultura del PP, bloquear la sensibilidad y la creatividad de miles de ciudadanos empujándolos a la militancia política.

Resulta muy difícil encontrar a algún familiar, amigo, compañero o vecino que a la primera de cambio no centre su conversación en la política y es muy complicado y cansino sortear esa poderosa corriente. Y todo ello con un agravante, las conversaciones sobre política son tediosas por previsibles, por cimentarse en argumentos muy repetidos y poco razonados, porque no incorporan reflexiones audaces o análisis más rigurosos. Este fenómeno observable de debate de bajo nivel constituye una curiosa paradoja: a pesar del gran número de personas empeñadas en hablar de política, el nivel de la discusión es en general muy bajo. La causa, a mi parecer, obedece a varias razones, una es la poca preparación intelectual y la mediocridad de la mayoría de nuestros representantes políticos  que se contagia a los ciudadanos, sea cual sea su nivel de formación. Resulta imposible  ver un buen partido de tenis cuando el contrincante es incapaz de devolver una pelota en condiciones. La otra es la falta de tradición de debate serio, riguroso, algo que se puede apreciar con facilidad en las tertulias televisivas, sea cual sea el canal que las emita, 13 TV o la Sexta, por citar dos de las más concurridas. La mayor parte de los tertulianos van a las cadenas a ofrecer espectáculo, no a escuchar o razonar, y su mayor éxito consiste en doblegar y humillar al contrario. Los medios de comunicación proyectan la imagen de que la política es un combate entre chulos de barrio, y la población, por desgracia, tiende cada vez más a imitarlos.

La política, la política de bajo nivel,  lo ocupa todo, y sus efectos sobre la salud cultural del país tiene carácter de pandemia. Y lo peor del caso es que con la que está cayendo no podemos abdicar de intervenir en nuestro entorno social, sería moralmente despreciable. Así lo entendió en su día un poeta de vida disoluta y  tan irreverente como  Baudelaire, un hombre atormentado por su débil naturaleza. Baudelaire  decía estar  más interesado en la belleza que en la verdad, encontraba más placer en sentir que no en saber. Su carácter enfermizo y su afición al consumo de hachís (confiture verte) y al láudano  le predisponían más a la contemplación que a la acción. Pero a pesar de su falta de interés por los asuntos públicos, y a pesar de su falta de fe en el progreso de la humanidad, en el año 1848, en la revolución de febrero, estuvo al pie de una barricada en París, ( en parte por odio a su padrastro, oficial del ejército)  y se comprometió con la publicación de una revista de corte republicano, Le Salut Public. 

Tal vez sean malos tiempos para la lírica, como cantaba Golpes Bajos en los ochenta, pero no estaría de más nadar un poco a contra corriente y complacernos aunque sea por un instante, con el gozo que proporciona leer un  poema o escuchar  los acordes de una buena canción, no sea que a fuerza de proclamas perdamos el gusto por lo bello.

 

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