El dedo en la llaga

No más mayorías absolutas

No me mueve el menor deseo de atacar a Manuel Campo Vidal, contra el que no tengo nada, pero me parece obligado dejar constancia de que el pasado lunes tuvo un lapsus y cometió un error, ambos conexos, de inocultable relevancia política. Incurrió en el lapsus cuando presentó a los participantes en el debate cara a cara Zapatero-Rajoy (¿no es curioso que la reunión de dos caras pudiera convertirse en una cruz?) calificándolos de "los dos candidatos a la Presidencia del Gobierno". Él mismo debió de darse cuenta de su desliz freudiano y pocos minutos después los catalogó como "dos de los candidatos a la Presidencia del Gobierno".

Ahí es donde cambió el lapsus por el error. Porque, de momento, a lo único que son candidatos José-Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy es a miembros del Congreso de los Diputados, el cual decidirá en su día y por los procedimientos al uso en los regímenes parlamentarios –otra cosa son los presidencialistas–, de qué encarga a cada uno de ellos.

No hago esta observación por pijotería leguleya, ténganlo por seguro. Ni siquiera porque me parezca injusto –aunque de hecho lo sea– que los medios públicos concedan tan extraordinarios privilegios al PSOE y al PP, contribuyendo a reforzar un bipartidismo ajeno a la letra y el espíritu de la Constitución Española.

Si me opongo con la mayor firmeza a todos los muchísimos intentos que se están realizando para conducir subrepticiamente al Estado español por esa senda, es porque el bipartidismo fáctico, con el eficaz concurso de la regla D’Hont, favorece de manera descarada la constitución de mayorías absolutas parlamentarias (que no sociales: ésa es cuestión muy distinta). Y la experiencia concreta de las mayorías absolutas parlamentarias que ha vivido España desde 1977 –tanto las repetidas de Felipe González como la cosechada por Aznar en 2000– ha sido más que negativa. Liberados del deber de moderarse y de buscar alianzas, los gobiernos españoles de mayoría absoluta se han caracterizado invariablemente por su soberbia, su arbitrismo y su desdén hacia las minorías.

Minoritario de nacimiento, me aterran absolutamente las mayorías absolutas.

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