El dedo en la llaga

La Cumbre, por los suelos

Por más que repaso las funciones que el art. 62 de la Constitución atribuye al Rey, no veo en cuál de ellas podría encajar que el titular de la Corona de España se dirija públicamente a un jefe de Estado extranjero y le reclame de malos modos que se calle, como hizo nuestro Borbón en la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile.

El conminado, Hugo Chávez, respondió al monarca español que, por muy Rey que sea, no es quién para cerrar la boca al presidente electo de un Estado soberano. Lo cual, desplantes pendencieros al margen, es jurídicamente exacto. La Constitución Española (art. 64) fija en qué condiciones debe actuar el Rey en política: siempre con el previo refrendo del Ejecutivo, puesto que su persona está exenta de responsabilidad (art. 56.3).

Tratan ahora de convencernos de que los aspavientos de Juan Carlos de Borbón, incluido su posterior abandono airado del salón donde se celebraba la Cumbre, habían sido acordados de antemano con el Gobierno. Es absurdo. Primero, porque lo que sucedió no podía estar previsto (¿o es que lo habían acordado también con Chávez y con Ortega?). Segundo, porque no tendría sentido que el Gobierno español utilizara como ariete pendenciero a un Jefe de Estado cuyo papel político está legalmente limitado a la mera representación institucional.

En resumen: es obvio que el Rey perdió los papeles. Tiene poco que hacer y lo hace mal.

Todo lo cual es por completo independiente de la desabrida discusión que mantuvieron Zapatero y Chávez, aunque ésa también se las trajo.

Para empezar, el presidente del Ejecutivo español podría haberse ahorrado sus paternales lecciones de economía neoliberal. Alguien debería haberle dicho que serían interpretadas como una defensa de los desmanes de las multinacionales españolas, que se están cubriendo de gloria en América Latina.

Por su parte, el presidente de Venezuela debería saber que no es una prioridad determinar qué (des)calificativo cuadra mejor al anterior presidente del Gobierno de España.

Un día antes, Zapatero había dicho que en esta Cumbre se iba a pasar de los discursos a los actos. La verdad: yo pensé que se refería a otra cosa.

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