El dedo en la llaga

Milagros de quita y pon

Me cuentan que el Vaticano, que está en plena fiebre santificadora, hace acopio de todos los presuntos milagros que arropan las biografías de los muchos candidatos que tiene en la lista de espera del santoral y que ya no duda en certificar como portentoso casi cualquier suceso que le relaten, a nada que resulte un poco chocante.

No tengo nada en contra de que la Iglesia Católica canonice a tanta gente como quiera. Cada club privado cuenta con sus propias normas de admisión. Pero tengo un par de dudas sobre los milagros que quisiera exponer a vuestra consideración, por si os resultaran de algún interés.

La primera afecta a la extraña temporalidad que manifiestan casi todos los milagros de los que se tiene noticia.

Pongamos, por citar un caso bien conocido, el de la resurrección de Lázaro, el de Betania, que protagonizó Jesucristo, según se cuenta en el Evangelio de San Juan.

Pregunta: ¿dónde está hoy en día ese buen hombre? Porque lo lógico sería que, si el Hijo de Dios decidió que viviera, siguiera vivo, ¿no? ¿O es que lo resucitó un día para dejarlo morir a la vuelta de la esquina, como si nada?

Lo mismo cabe decir de las curaciones milagrosas. Le desaparece por ensalmo hoy la lepra a uno, oh maravilla, gracias a la intercesión de San Pito Pato, pero al ex leproso le da un infarto el año que viene, y San Pito Pato no mueve ni un dedo. Así que al hoyo con él. No sé. Es raro.

La segunda perplejidad que me producen los sucesos milagrosos se refiere a su mosqueante falta de creatividad. Por respeto a los derechos de autor –espero que la SGAE lo tenga en cuenta–, he de dejar constancia de que esta observación se la debo al difunto Massimo Troisi, quien se refería a la frecuencia con la que los milagros sirven para que un hombre con las piernas inmovilizadas vuelva a caminar, por ejemplo, pero cómo apenas se tiene noticia de que a alguien a quien le hubieran amputado ambas piernas le brotaran las dos enteras a partir de sus muñones, con sus pelos y todo, y echara a andar.

Bueno, sólo quería hacer este par de observaciones marginales, sin ninguna pretensión teológica. Para ilustrar que la falta de fe mueve montañas.

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