El detonador

Este es el verdadero ‘Bigotes’

big1.jpgEstaba Bigote Arrocet, está 'El Bigotes' y ahora está Bigott. No dudo de que los otros bigotes tengan talento, pero hay un bigotudo en España que, en mi opinión, les supera: Bigott.

Anoche en la sala El Sol de Madrid, el músico zaragozano presentó su nuevo disco, ‘This is the beginning of a beautiful friendship’. A ojo de buen cubero, habría 150 personas. Afortunadas, habría que añadir, porque el de Zaragoza emocionó y divirtió durante la hora y pico que duró su concierto.

Demostró, entre otras cosas, que el folk americano ha dejado de ser un deporte de barbudos. Ahora mandan los bigotes (es verdad, él también tiene barba, pero se impone ese mostacho daliniano, que no dylaniano). Por allí andaba Remate, otro barbudo folclórico que tras lo visto ayer es posible que esté pensando en afeitarse.

No había escuchado su nuevo disco, salvo el single, así que me alegró que durante la primera media hora casi todo lo que tocó fue de ‘Fin’, mi álbum nacional favorito del año pasado. El sonido empezó regular (acabó bien), pero las canciones no se resintieron en exceso y las compensaron interpretándolas con más energía que en disco.

Le acompañaron cinco músicos (su productor Paco Loco entre ellos, que tocó la guitarra, el teclado y el triángulo) y consiguieron el sonido casero y desaliñado que necesita el folk vagabundo y destartalado de Bigott.

Cada tema sonó distinto al anterior: un concierto muy variado, que no disperso. Baladas cálidas, arrebatos de punk-folk, canciones-haikus, ritmos tropicales, country doméstico y soleado, rock primitivo... Todo ello interpretado con convicción, emoción, ternura y entrega, ahí es nada.

Triunfó por la personalidad de sus canciones: frágiles, divertidas, huérfanas. Parece que suplican por oyentes, piden que las escuchen por piedad, de rodillas. Suenan muy singulares y al mismo tiempo, la mayoría de ellas, son muy accesibles.


Bigott no dijo ni una palabra al público, pero no penséis en el típico artista introvertido con la mirada fija en su empeine, no. En realidad, fue todo comunicación con la audiencia, aunque fuera a base de gestos (grande el inicio de ‘Trois je t’aime’, que el cantante prolongó al ser testigo de un emotivo reencuentro: una espectadora cruzó la primera fila para saludar a otra y fundirse en una abrazo).

El cantante terminó una canción bailando entre el público, en otra (creo que fue en la esponjosa ‘Oh Clarin’, una de mis debilidades) ejecutó unos torpes pasos de danza (estaba de coña) y no dejó de arreglarse las puntas de su afilado bigote durante todo el concierto.

Además, tenía un aparatito, una especie de radio de juguete, que emitía sonidos (un eructo, unos aplausos...) y cada poco lo ponía al micro con el consiguiente cachondeo general. Uno de los sonidos era el de una máquina registradora, que Bigott acompañaba con gestos de "darme la pasta, chicos".

Se la dimos (vamos, yo no, que me invitaron), pero sin duda le pagaría unas cañas cuando él quisiera.

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