El detonador

Paul Weller, hay vida después de la muerte

Hay vida después de la muerte y lo puedo demostrar. Paul Weller estaba muerto y ahora vive. La prueba es 'Wake up the nation', su último disco, un discazo.

Lo vi el verano pasado en el FIB.  Weller logró completar medio concierto, más o menos, justo antes de que un vendaval se llevara por delante el techo del escenario (y el resto de conciertos de la noche). Luchó contra los elementos peleando cada nota, exhibiendo músculo y sentimiento, inyectando mucha más intensidad que la mayoría de bandas pretendidamente emergentes que tocaban en el festival, de cuyo nombre ya no nos acordamos.

Imparable. Sólo le detuvo el balanceo de una columna de altavoces que pendía amenazante sobre su cabeza.

Inmejorables sensaciones que se trasladan a su nuevo disco (y ya es raro en una vieja gloria).

Generalmente, las viejas glorias funcionan a partir de los 50 cuando se ponen íntimos o clásicos (véase Dylan y su regresión al jazz y el country; o el mismo Springsteen, cuyos dos mejores discos de los últimos 25 años son acústicos: 'The ghost of Tom Joad' y 'Devils & dust'). Weller, de una generación posterior, vive una segunda juventud eléctrica y sofisticada. Muy inspirada y claramente inesperada, al menos para mí.

Empezaré diciendo que en su nuevo disco se esconde un himno que de haberse publicado en 1978 probablemente sería un clásico de la música británica: 'Find the torch, burn the plans' (ver primer vídeo, en directo). Un latigazo de épica contenida y cohesionada para cantar con el puño en alto, a voz en grito y creerte que eres más fuerte que lo que evidentemente eres, que para eso también sirve el rock.

Es la canción que Arcade Fire andan buscando desde 'Funeral' y no encuentran. Y mirad quién la tenía, ¡Ja!, el viejo lobo Weller.

Weller empieza 'stoniano' con una trepidante 'Moonshine', rock and roll oliendo a sudor negro y humo de pub. Dos minutos, ¿para qué más? Si la siguiente, 'Wake up the nation', no te hace mover el culo, escribe en un comentario diciendo por qué y entre todos intentaremos ayudarte.

Un trallazo, bien continuado con el soul de ojos azules de 'No tears to cry', emocionante balada donde las haya, y una acelerada 'Fast car / Slow traffic' (ver segundo vídeo), que parece un cruce entre Blur y The Fiery Furnaces, con unos arreglos enloquecidos que someten la canción a un tratamiento de turmix bastante loco.

Es verdad, las canciones son buenas (aunque hay algo de relleno en forma de funky clasicote, pequeños pecados que vienen con la edad), pero es la producción la que eleva el disco a la categoría de "tienes que escucharlo". Las canciones están inundadas de sonidos inesperados, bases rítmicas sofisticadas, texturas rugosas, quiebros extraños (de repente, en un par de canciones, aparece una flauta travesera) y, en definitiva, una ristra de arreglos cerebral y meticulosa que hace que todo suene actual, moderno, a hoy.

Como suponemos que Weller no está para estos trotes detrás de la mesa de mezclas, había que buscar a su amigo.

El hombre en la sombra es Simon Dine, DJ de Noonday undeground, proyecto que comparte con Daisy Martey, que fue la chica que sustituyó a la cantante de Morcheeba durante unos años. El peso de Dine en el disco es grande, intuyo, y Weller le concede figurar incluso antes que él en los créditos del álbum: "Recording produced by Simon Dine", pone.

Como un día dijo alguien, "también hay que tener talento para saber rodearte". Y Paul Weller lo tiene. Paul Weller, supervivo en el siglo XXI.

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