El detonador

Los guitarrazos del marido de Kate Moss

Publicaron su primer disco en 2003, después de cartearse vía mail pistas de canciones que iban fraguándose a 8.000 kilómetros de distancia: Él, Jamie Hince, en Europa y ella, Alison Mosshart, en Estados Unidos. Así nació The Kills.

Ese año les entrevisté en la oficina madrileña de Everlasting, ahora Pop Stock!, en una desordenada sala de reuniones que daba la sensación de no haber albergado ninguna reunión en mucho tiempo. Ella, alta, guapa, sencilla y con el flequillo colgándole sobre el labio. Él, derrengado en un viejo sofá, tocaba una desvencijada guitarra española a la que le faltaba una cuerda.

Saludaron con afecto y, tras la primera pregunta, Hince comenzó a pasar páginas en un bloc de notas hasta que dio con lo que buscaba. "Como muchas preguntas son las mismas, hemos escrito nuestros comentarios y así vamos más rápido", soltó, entre elegante y sarcástico, tras acabar de leer la respuesta.

El método era práctico, pero le sugerí que si en algún momento se le ocurría algo nuevo que no hubiera dicho antes, no dudara en añadirlo. Afortunadamente, no necesitó volver a consultar su cuaderno.

Lo más curioso llegó después. Uno no suele cuestionar a los grupos por cosas tan precisas, pero en mitad de la conversación les comenté que molaba mucho el sonido de la guitarra que abría la canción 'Wait'. "¿Sí? Es esta", dijo Hince señalando la antigualla que tenía entre las manos. Sin la tercera cuerda, rasgueó el inicio. "Suena increíble. La compré en una tienda de segunda mano de Londres". Creo que me dijo que por diez libras. Me empecé a interesar un poco más por ellos.

Ocho años y cuatro discos después, la carrera de The Kills sigue pasando bastante desapercibida. En abril publicaron 'Blood pressures' y el eco, al menos aquí en España, ha sido bastante tímido. Se habló más de ellos por la relación de Hince con Kate Moss que por sus intensas, vigorosas, electrizantes y contagiosas canciones.

Sin inventar nada nuevo, merece la pena escuchar sus discos, especialmente este último, donde uno puede encontrar jugosas raciones de blues-rock oscuro, enérgico, elegante y con pulso actual. Tan sencillo que parece que cualquiera podría hacerlo, pero sólo es apariencia: no todas las cantantes interpretan con la incisividad y sensualidad de Mosshart, ni todos los grupos tienen el gusto tan afinado como para arreglar su repertorio con tal exquisitez.

Música de club de carretera para bailar (sí, bailar) a altas horas de la madrugada. 'Blood pressures' huele a alcohol y tiene cara de mala leche. Hits no le faltan. La tríada inicial es dura: 'Future starts slow', 'Satellite' y 'Heart is a beating drum'. Huyen de los desarrollos obvios y canciones como 'Nail in my coffin' parecen tener vida propia, como debe ser. No pierden tensión, no flojean, suenan crudas, te mantienen en vilo...

Y de repente, te sueltan un baladón a lo Marianne Faithfull que te pone la carne de gallina: 'The last goodbye'.

Bastante serio. Un buen disco para recuperar en verano.

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