El detonador

Y M. Ward pisó Madrid, aleluya

Tenía a M. Ward como un cerebrito del estudio de grabación que se desazona cuando tiene que subirse a un escenario. Me lo había dicho él mismo: "No me gustan las giras". Y aunque ayer salí algo dividido de la sala Heineken de Madrid, el condenado de Ward demostró ser un pequeño huracán en concierto, un torbellino concentrado y sintético capaz de tumbarte en poco más de hora y cuarto.

Los discos de Ward son trabajos muy producidos, muy de estudio. Ahí está una de las claves para que canciones en esencia clásicas suenen tan actuales y vivas. Llevar al directo ese sonido minucioso, exquisito y lleno de matices, esas atmósferas de sala de estar, es algo complicado de resolver. Lo saben bien bandas como Wilco o Mercury Rev, cuyo trabajo de orfebres del pop en el estudio no acaba de redondearse en vivo.

Ward no renunció a expandir su sonido, a soltarlo en bruto y dotarlo de cierto músculo. Persiguió la atmósfera de sus discos y la recreó en crudo, embarullada, ruidosa e inasible, pero certera e incluso masticable. Emocionaron esos medios tiempos, clásicos actuales que parecen importados de los años 50 como 'Fisher of men', 'Never had nobody like you', 'Rave on' o 'Chinese translation'.

Pero temas como 'Poison cup' o 'To save me' se resienten, al quitarles la concrección y la riqueza de matices del álbum pierden pegada y fuerza. No suenan tan rotundos y robustos como en el disco, auténticas murallas de emoción, rozando la épica pero no abrazándola. Su voz, personalísima pero con poco volumen, tampoco ayuda a levantarlas.

Todo lo contrario que la sedante lectura de 'Hold time' o epidérmicas aproximaciones al country ('One hundred million years'), preñadas de un romanticismo desarmante.

Sí, cuando el concierto bajó de revoluciones, Ward llegó con más profundidad, aunque en una última pirueta entregó una explosiva versión de 'Roll over Beethoven', de Chuck Berry, y la intensa 'To go home', su particular homenaje a Daniel Johnnston. Un notable alto.

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