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Jaque a la guerra de Colombia

Los nombres de las operaciones militares suelen oscilar entre lo épico y lo ridículo, y en ambos casos es normal que provoquen momentos de hilaridad. Sin embargo, el término que el Ejército eligió para el rescate de Ingrid Betancourt describe con bastante exactitud el momento que vive la guerra civil colombiana: Operación Jaque. Ése es precisamente el mensaje que Álvaro Uribe ha enviado a las FARC. No es un jaque mate, pero sí un movimiento que les obliga a mover pieza, y no cualquiera. De la decisión que tomen depende el rumbo de una partida en la que el Gobierno ha arrinconado a su adversario.

Las FARC se han quedado sin su pieza principal en el tablero. Su reina era en realidad una rehén. Betancourt era el activo más valioso con que contaban sus captores. Pensaban exprimirla hasta el límite y al final se han quedado sin ella.

El periodista navarro David Beriain viajó hace unos meses a los campamentos de las FARC y contó después en ADN.es que Betancourt era a todos los efectos "el mejor trofeo" en posesión de la guerrilla. Su actividad se limitaba en la práctica a rentabilizar el valor de los secuestrados: "Porque toda la estrategia de los hombres que ahora comanda Alfonso Cano se basaba en la fuerza de negociación que les daban esos rehenes", ha escrito Beriain. "En el terreno militar, las FARC se habían limitado en los últimos meses a los hostigamientos y a la siembra de minas, confiando en que un acuerdo humanitario les devolviera parte de su fuerza y algo de aliento en el terreno político".

Queda ya muy lejos el 7 de agosto de 2002, el día de la toma de posesión de Uribe como presidente de Colombia. Ese día la guerrilla recibió al nuevo jefe de Estado con una serie de explosiones en la misma Bogotá. Murieron trece personas. El despliegue de seguridad era extraordinario. Además de las fuerzas policiales habituales en la capital, 20.000 soldados y 12.000 policías crearon varios anillos de seguridad en torno a los edificios oficiales. Ni aun así pudieron impedir la demostración de fuerza de los insurgentes.

Seis años después, las FARC están presentes en muchas zonas rurales del país, pero los centros urbanos están fuera de su alcance. Muchos guerrilleros llevan años sin poner el pie en una ciudad. El Ejército cree que el fin del enemigo está cerca, pero es probable que una vez más esté confundiendo sus deseos con la realidad. Lo que es indudable es que los insurgentes han sufrido un golpe devastador, reforzado por el hecho de que ya no tienen aliados.

Aislados en la selva, han quedado desconectados de la realidad política del país. Como otros movimientos guerrilleros latinoamericanos en el pasado, han terminado creyendo que la guerra está justificada por la simple existencia de los levantados en armas.

En realidad, como acaba de decir Hugo Chávez, "el tiempo de los fusiles ya pasó". La época de la guerrilla en Latinoamérica ya es historia.

Para que eso sea evidente incluso para aquellos que llevan tanto tiempo sin abandonar la selva, es necesario por ejemplo que la esperanza de vida de un sindicalista en Colombia sea mayor que la de un guerrillero, lo que no ocurre aún en zonas del país. Es imprescindible que la supuesta desmovilización de los paramilitares no sea sólo un cambio de funciones desde la guerra hasta el narcotráfico, como así ha ocurrido con muchos de los grupos armados a los que el Gobierno ha exonerado de responsabilidades.

Ahora que las FARC se han quedado sin escudos, Uribe puede lanzar a las tropas sobre la región donde se encontraban hasta ahora los rehenes con la esperanza de presentar el jaque definitivo. Puede creerse su fama de libertador y pensar que la opinión pública le pide más sangre.

También tiene ante sí la oportunidad de cambiar la lógica de guerra que ha caracterizado siempre a la política colombiana. Puede también convertir este espectacular éxito en un reto a las FARC, que están ahora en el momento más vulnerable de su historia, y negociar desde una posición de fuerza. Tiene ante sí la opción de poner en práctica el eslogan de su campaña presidencial de 2002: "Mano firme, corazón grande". De lo primero ha dejado pruebas sobradas. De lo segundo es de esperar que tenga una reserva de la que echar mano.

No hay que descartar que Uribe crea que sólo él tiene derecho a beneficiarse de esta coyuntura. Un pacto con Ingrid Betancourt para que ella ocupe pronto una cartera ministerial y tenga garantizada en el futuro la candidatura presidencial bendecida por Uribe sería el mejor ejemplo de esto. ¿Quiere Uribe que Colombia sea un país democrático en el que los que no opinen como el Gobierno no sean tachados de traidores a la patria ni arriesguen su vida como ha ocurrido tantas veces en la historia de su país? La respuesta comenzará a vislumbrarse cuando sepamos cómo gestionará este triunfo.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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