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La pasión de los obamitas

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Las campañas electorales norteamericanas son una veta inagotable para los presentadores de los late shows, los programas televisivos de humor que se emiten por la noche. En el caso de John McCain tienen carnaza asegurada con el tema de su edad (71 años) de la que se burlan con implacable regularidad. "En la conferencia de prensa, John McCain se negó ayer a responder a preguntas sobre el Viagra", contaba hace poco Conan O’Brien. "Quizá porque la mayoría de las preguntas se las hizo su mujer, Cindy: ‘Vamos, deberíamos intentarlo alguna vez, aunque sólo sea una".

Y así todas las noches. Comentan que las 1.500 páginas del expediente médico del candidato republicano son sólo el prólogo, o que McCain siempre estará preparado para hacer frente a una crisis porque se levanta varias veces por la noche para ir al baño, o que busca un vicepresidente que sepa manejar un desfibrilador, y así todo el rato.

Para hacer carrera en la política de EEUU es muy conveniente gozar de un cierto sentido del humor o al menos tener a alguien que te escriba los chistes con los que arrancar los discursos. Lo primero está al alcance de muy pocos y es útil para capear el temporal cuando vienen mal dadas. El electorado lo valora porque en general en EEUU la gente no siente mucho respeto por los políticos. Salvo en épocas de guerra, no cae bien que los dirigentes políticos se crean los salvadores de la patria. Esa es, por cierto, una de las razones por las que se hablado tanto de guerra por allí en los últimos años.

La polémica de esta semana a cuenta de la portada de The New Yorker (que pinta a Obama como musulmán y a su mujer como una radical negra de los sesenta) ha revelado algo de lo que se había hablado hasta ahora en voz baja. La campaña de Obama tiene muy poco sentido del humor y sus partidarios más acérrimos (que ya tienen nombre, los obamitas), mucho menos.

Hay que admitir que hay algo peligroso en la portada de esta revista símbolo del progresismo de la Costa Este, de todo aquello que es demasiado inteligente y elitista para la América profunda (sí, en EEUU ser demasiado culto en ciertos círculos no está muy bien visto, y en España tampoco).

El dibujo coloca negro sobre blanco los temores de Obama a que más tarde o más temprano se desate una guerra sucia que acabe con sus esperanzas electorales en buena parte del país. Si en el año 2000 llegaron a extender el rumor de que McCain tenía un hijo negro producto de una aventura (sólo porque había adoptado a una niña de Bangladesh), ¿qué no harán con Obama?

Un par de días después de desencadenarse la tormenta de verano, Obama reconoció en televisión lo que debería haber dicho desde el primer momento. La portada no le había gustado, pero no había motivos para escandalizarse contra lo que era sencillamente un ejercicio de libertad de expresión.

La reacción inicial de sus asesores fue muy diferente. Al igual que lo que pasó en España con la portada de El Jueves, se apresuraron a definirla como ofensiva y de mal gusto olvidando que la sátira sólo puede ser efectiva cuando traspasa los límites comúnmente aceptados por la mayoría de la sociedad. Cuando coloca la parte menos presentable de la realidad ante un espejo deformante que termina ofreciendo una imagen casi monstruosa.

La portada pretendía burlarse de todos los reaccionarios que cuestionan el patriotismo de Obama. Al final, los ofendidos resultaron ser los que sufren esos ataques, no los perpetradores.

Eso demuestra, más allá del sentido del humor, que muchos partidarios de Obama, tanto dentro como fuera de EEUU, albergan expectativas exageradas sobre una futura presidencia de su candidato.

Algunos olvidan que el puesto al que aspira el senador de Illinois es el de emperador de un país que cuenta con fuerzas militares en un centenar de naciones. Deberá gestionar una economía que, a través del dólar, está subvencionada por el resto del mundo, y que consume energía con la misma intensidad con la que un alcohólico se agarra a la botella. Y cuenta con una clase política y periodística que cree sin asomo de ironía que la hegemonía norteamericana es el orden natural de las cosas.

Quizá sea suficiente con que la futura Administración norteamericana vuelva a confiar en sus aliados, que no piense que Occidente debe estar embarcado en una cruzada interminable contra el mundo islámico y que no apueste por la guerra como el modo más efectivo de hacer frente a los adversarios.

Después del fiasco de la presidencia de Bush, cualquier político, casi hasta McCain, parece Alejandro Magno en la comparación. Eso no justifica aspirar a que un presidente Obama sea una mezcla de Kofi Annan y la madre Teresa de Calcuta. Nos conformamos con que no tenga los modales de Gengis Khan.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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