El mapa del mundo

Los chinos no son tan fáciles de engañar

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El cierre de Guantánamo, la ilegalización de la tortura y el castigo israelí a Gaza han monopolizado la atención del equipo de política exterior de Obama. Pero además de todos esos conflictos, lo cierto es que la Administración ha abierto un nuevo frente que no ha recibido tanta atención al menos de momento. Es un aviso al otro gran imperio del mundo.

El secretario del Tesoro, Tim Geithner, eligió la vía de las respuestas por escrito a las preguntas de los senadores que debaten su confirmación en el cargo para lanzar la bomba. Anunció que Obama cree que "China está manipulando su divisa". No llegó a decir que lo estuviera haciendo de forma intencionada para favorecer a sus exportaciones, pero cualquiera se habrá preguntado: ¿es que hay otra manera de hacerlo?

Quizá sea sólo un amago. En unos meses, la Casa Blanca tiene que informar al Congreso y si convierte esa sospecha en una denuncia confirmada, está obligada a poner en marcha una confrontación que podría terminar en la adopción de sanciones.

Curiosamente, la Administración de Bush también inició sus días en el poder en 2001 con la intención de hacer frente con más decisión al creciente poder chino. Educados en los viejos tiempos de rivalidad con la URSS, los altos cargos de Bush creían ver en China una réplica del viejo enemigo. La retórica se vio primero confirmada y luego superada por la realidad. Dos meses después del estreno de Bush, un avión espía norteamericano fue interceptado y obligado a aterrizar en territorio chino. Pekín impuso las condiciones para la liberación de la tripulación y Washington se dio cuenta de que las amenazas no iban a hacer mella en el nuevo imperio oriental.

Hay algo de brindis al sol y de ironía no intencionada en las palabras de Geithner. Como es de rigor en la política de su país, el jefe del Tesoro ha dicho que el nuevo Gobierno asumirá como mandato una política en pro de un dólar fuerte. A menos que los rezos y el ayuno sean los instrumentos elegidos, hay que suponer que el Gobierno tendrá que recurrir a algún tipo de "manipulación" para obtener ese fin.

Y si a EEUU el prestigio le empuja a un dólar fuerte, en China ocurre lo contrario: el yuan débil beneficia su reputación de economía exportadora. Los chinos además no son inmunes al diálogo: desde 2005 el yuan se ha apreciado un 15%.

Tanto en el Senado como en su campaña electoral, Obama se colocó en el bando de los legisladores favorables a que Washington ate en corto la osadía exportadora de China. Claro que por entonces esa clase de gestos le salía gratis. Es más, le permitía ganar puntos entre sindicatos y empresas exportadoras.

Ya en la Casa Blanca, las opciones se reducen. Una guerra comercial en mitad de una recesión no sería una estrategia muy inteligente. En especial, porque a finales del año pasado China era ya el país del mundo que más bonos del Tesoro norteamericano tenía en su poder, en concreto por una cantidad superior a la espectacular cifra de 585.000 millones de dólares. La gigantesca deuda de EEUU se financia en buena parte gracias a los bolsillos de esos mismos chinos que tan hábiles son al "manipular" su divisa.

De ahí que periódicamente las amenazas vuelen en sentido contrario. Algunos dirigentes chinos han alertado en el pasado que si tuvieran que gastar dólares a gran escala para contrarrestar una hipotética revalorización excesiva del yuan, el valor de la moneda de EEUU como gran divisa del planeta se vería comprometido.

Aunque multitud de análisis estratégicos indican que EEUU y China están condenados a navegar en rumbo de colisión, a ambos les interesa impedir un enfrentamiento directo. Seguro que Obama tendrá la tentación, como otros presidentes, de adoptar una actitud exigente ante China. Pronto descubrirá que es mejor aconsejar a Geithner que no desenfunde tan rápido.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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