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Los interrogantes de la pacificación de Irak

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Soldados iraquíes patrullan por el barrio de Fadhil. (Hadi Mizban, AP)

Por primera vez desde 2002, la cobertura periodística en EEUU de la guerra de Irak alcanzó en marzo un punto del que no hay precedentes: su ausencia. En el índice mensual que elabora el Pew Research Center, las historias de Irak no aparecen entre las diez más citadas en los distintos medios de comunicación. No es sólo que la crisis económica acapare todo el interés, sino que hasta los temas de Afganistán, Pakistán e Irán reciben más atención que Irak.

Las guerras se miden, entre otros factores, por el número de bajas. En marzo, sólo nueve militares norteamericanos murieron en Irak, la cifra más baja desde la invasión (el total de muertos es de 4.263). Eso justifica en buena parte el que los medios de comunicación, acuciados además por la crisis, hayan comenzado a abandonar las historias datadas en Bagdad. Y sin embargo, más de 130.000 soldados continúan allí y en algunas zonas su misión no es muy diferente a la de años anteriores.

En las últimas semanas, se ha producido un rebrote de atentados en los que han muerto 123 personas. Nadie sabe con exactitud si se trata de una reaparición de la insurgencia o si los antiguos insurgentes que habían decidido plantar batalla a los grupos yihadistas inspirados por Al Qaeda ahora han vuelto a sus 'ocupaciones' anteriores. Es significativo que la mayor parte de esos ataques se hayan producido en Bagdad o sus inmediaciones, una zona que había presenciado un claro descenso de la violencia.

El pasado fin de semana, el barrio bagdadí de Fadhil recuperó imágenes de un pasado no muy lejano. Las tropas norteamericanos se apostaron en los tejados para vigilar las calles con el apoyo de helicópteros Black Hawk. Soldados iraquíes, la mayoría chiíes, se enfrentaron a tiros con una milicia suní, uno de los grupos de Los Hijos de Irak, hasta hace unos meses bajo sueldo del Ejército de EEUU.

El intento de detener al líder de esa milicia, acusado de asesinato y extorsión, degeneró en tiroteos que no se aplacaron hasta tres días después. Lo más llamativo del caso de Fadhil es que podría repetirse en otros puntos del país. Las milicias suníes ya no cobran del Pentágono y acaban de saber que el objetivo de que la mayoría de sus 100.000 miembros pasaran a engrosar las filas de las fuerzas de seguridad iraquíes no se cumplirá. Ni hay dinero suficiente ni voluntad por parte del Gobierno de Bagdad.

Las autoridades han comunicado que sólo el 30% de estos milicianos se integrará en la Policía. El resto recibirá un salario durante algún tiempo hasta que pueda encontrar un empleo civil, y esto último si tiene suerte. Las milicias tribales suníes fueron claves para cambiar el curso de la guerra y están formados por antiguos insurgentes. Ahora el Gobierno de Nuri al Maliki se siente lo bastante fuerte como para prescindir de estos incómodos aliados. "Ya no necesitamos a los norteamericanos y Los Hijos de Irak no son más fuertes que el Gobierno", le dijo un militar iraquí en Fadhil a un periodista estadounidense.

¿Cumplirán los milicianos suníes sus amenazas de volver a la insurgencia si el Gobierno de Maliki continúa presionándolos? Es una pregunta que nadie se atreve a responder con seguridad. Lo más llamativo es que los políticos chiíes no parecen muy preocupados por esa posibilidad. Desde la limpieza étnica ocurrida en la guerra civil de 2006, los chiíes son la inmensa mayoría de los habitantes de Bagdad y sus partidos no permitirán que se ponga en tela de juicio su control de la capital.

El clima de miedo permanece. Se calcula que sólo un 16% de las familias suníes que huyeron de Bagdad se han atrevido a regresar. La división entre suníes y chiíes es uno de los legados más difíciles –de la dictadura de Sadam y de la guerra– con los que convivirán durante años los iraquíes.

Hasta ahora los norteamericanos se han desentendido de los problemas de los milicianos suníes. No podrán hacer lo mismo con los kurdos. En las últimas elecciones locales, el control de la provincia de Nínive, en el norte, ha pasado a manos de un partido árabe dispuesto a frenar el expansionismo kurdo. Promete expulsar a los pesmergas kurdos que desde 2003 han sido los dueños de la provincia.

El panorama político iraquí es mucho más fluido que lo que aparenta un reparto del voto que suele plasmarse en líneas sectarias: los suníes a partidos suníes, los chiíes a partidos chiíes, y lo mismo hacen los kurdos y otras minorías. Nínive es una excepción porque allí el partido ganador se identifica como árabe al recabar votos de suníes, turcomanos y algunos chiíes. El juego de alianzas puede variar. El acuerdo de los últimos años entre chiíes y kurdos no está asegurado. Los dirigentes kurdos disfrutan de mejores relaciones con el Consejo Supremo Islámico de Irak que con Dawa, el partido de Maliki, que salió fortalecido de las últimas elecciones locales y que ahora no descarta buscar nuevos socios desde una posición de fuerza.

La cuestión de Kirkuk continúa sin respuesta. Maliki rechaza un futuro de federalismo para Irak y más tarde o más temprano terminará enfrentándose a los kurdos. La violencia de Irak puede volver a ocupar un espacio relevante en los periódicos de EEUU.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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