El mapa del mundo

Con el señor presidente en Gdansk

Las maneras son muy importantes en Polonia. La cosa empieza con el idioma. Si un señor o una señora ha ejercido un cargo importante en algún momento en el aparato del Estado, el apelativo oficial le acompañará toda la vida. Por ejemplo, llamaremos siempre "señor presidente de la República" o "señor presidente del Parlamento" a un individuo que haya sido tales cosas en algún momento, independientemente del tiempo que haya ejercido y de que lo haya hecho bien o mal.

Mañana soleada de octubre en la hermosamente reconstruida ciudad báltica de Gdansk. Estamos un poco nerviosos, mi intérprete Artur y yo, porque vamos a entrevistar al personaje vivo con el apelativo más honorable de toda Polonia: el líder del sindicato Solidaridad, el Premio Nobel de la Paz, el presidente de Polonia, el artífice de la Polonia democrática, el revolucionario anticomunista de los astilleros de Gdansk, el electricista Lech Walesa.

Su oficina está en la plaza más bonita del centro de Gdansk. Es probablemente el edificio más bonito de la plaza más bonita del centro de Gdansk. Junto al portal de entrada, un letrero dorado: "Oficina Lech Walesa". Un vestíbulo reluciente con un ascensor muy moderno. Subimos a la cuarta planta. Otro letrero dorado nos recuerda, por si lo habíamos olvidado, dónde nos encontramos: "Oficina Lech Walesa". Nos recibe una señora en traje chaqueta. Artur nos presenta. Colgamos los abrigos de un perchero junto a un póster con fotos de todos los Nobel polacos, de Marie Curie a Wislawa Szymborska.

El señor presidente sólo nos hace esperar un minuto. La señora nos ruega que pasemos a la habitación contigua. Al traspasar el umbral, vislumbramos a la derecha a Lech Walesa. Pero no nos saluda. Escribe mails detrás de un escritorio enorme con varios ordenadores encima, portátiles y de mesa. O chatea. El caso es que hace como si no hubiera advertido nuestra presencia. Hay varias personas más en la habitación. Dos o tres hombres jóvenes. ¿Guardaespaldas? ¿Asistentes? Jamás lo sabremos.

Tomamos asiento en un pequeño sofá colocado perpendicularmente al escritorio del señor presidente, a una distancia prudente. Nadie dice nada. La señora se ha marchado. Los católicos gorilas callan y nos observan. Lech Walesa sigue escribiendo mails. A un lado del escritorio, sobre una mesita, descansa una estatua blanca de una virgen de un porte considerable, flanqueada por un hermosísimo ramo de rosas. Completa el altarito una cruz de dimensiones aún más considerables. En algún otro rincón de la estancia hay una foto de Lech Walesa con el papa Juan Pablo II.

De repente, me doy cuenta de que me he dejado la grabadora en el abrigo. Me disculpo, en castellano por supuesto, y salgo a buscarla. Al regresar, Artur sigue en el sofá, impertérrito. Tengo la impresión de que ha sido el minuto más embarazoso de su vida.

Instantes después el señor presidente abandona su atalaya y se dirige hacia nosotros. Nos levantamos. Nos da la mano, pero no pronuncia palabra. Tomamos asiento. Justo antes habíamos entrevistado al menor de sus ocho hijos, Jaroslaw, candidato de la Plataforma Ciudadana (PO) de Donald Tusk por Gdansk, y nos había advertido de que no alargáramos las presentaciones, pues si lo hacíamos su padre era muy capaz de echarnos con cajas destempladas. Por eso estamos un poco nerviosos. Artur más que yo, porque al fin y al cabo es él quien tiene que vérselas con el señor presidente. Lech Walesa no entiende ni una palabra de español, y yo no entiendo ni una palabra de polaco. Por primera vez, me siento protegido por el idioma.

Pero el aviso de Jaroslaw estaba de más. Lech Walesa no dice buenos días ni nos da oportunidad de presentarnos, porque nada más sentarse oímos por primera vez su voz: "Primera pregunta". Lleva un pantalón azulgris y un chaleco negro, y nos mira expectante. Revuelvo mis papeles y no encuentro ninguna pregunta. No sé qué preguntarle a Lech Walesa. Le digo a Artur: "Señor presidente, parece que la participación va a ser muy elevada en estas elecciones, ¿comparte usted esa impresión?".

Durante quince minutos se suceden varias preguntas y respuestas cuyo contenido se perderá para siempre en el frío aire báltico de Gdansk. Pero permanece el recuerdo de un hombre amabilísimo y sonrosado que habla muy tranquilo, evitando las estridencias que de vez en cuando deja caer en declaraciones públicas. Un hombre que seguramente preferiría pasar el tiempo en el sofá de su casa, pero al que le ha tocado ser historia viva de su país. Más por respeto a Polonia que a sí mismo, responde a todas las preguntas con una profesionalidad encomiable. Como si estuviera dando una entrevista para un documental, hablando bajito para no destacar demasiado sobre la voz en off de la traducción. Con su bigotazo blanco y sus ojos de niño.

No queremos marcharnos de la oficina sin hacernos una foto con el señor presidente. Él accede amablemente y no pierde ni un segundo. Se pone la chaqueta, se coloca de pie frente a la librería. Mirando sonriente a la cámara, extiende la mano hacia un lado, aleccionándonos a llenar por turnos el espacio vacío del apretón de manos. La sesión fotográfica dura menos de treinta segundos. Muchas gracias, señor presidente.

Guillem Sans Mora /Berlín

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