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Cómo fabricar la próxima guerra

Los ministros de Exteriores no deberían tener conversaciones privadas. Corren el riesgo de tener un descuido y contar la verdad. El diario Haaretz acaba de revelar que la jefa de la diplomacia israelí, Tzipi Livni, dijo hace unos meses –en privado desde luego– que el supuesto programa iraní de armas nucleares no supone una amenaza existencial para Israel. El ex jefe del Mossad Ephraim Halevy mantiene una opinión similar.

No es eso lo que se oye en EEUU e Israel. Con la misma partitura que se interpretó con éxito en el caso de Irak, se van dando todos los pasos necesarios para que la próxima guerra en Oriente Próximo parezca inevitable.

Lo primero es crear un estado de alarma generalizada. Bush ha dicho que todos aquellos "interesados en evitar una Tercera Guerra Mundial" deberían también apoyar cualquier esfuerzo que impida a Teherán "conseguir la tecnología necesaria" para fabricar su propia bomba nuclear.

Las apuestas están muy elevadas. Tras el fiasco de las armas de destrucción masiva iraquíes, cualquier cosa que no sea el Armagedón no va a conmover a la opinión pública internacional. Y eso es precisamente lo que nos están sirviendo.
Últimamente, se habla poco de plazos concretos. El 2006 fue el año en que norteamericanos e israelíes precisaron con un margen de meses o años el momento en que los ayatolás de Teherán dispondrían de su primera cabeza nuclear. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, avisó en mayo de ese año que Irán estaba sólo a unos meses de ver fructificados sus esfuerzos. Pasó el tiempo y la bomba no apareció.

Con tales errores de bulto en el pronóstico, parecería que a sus responsables se les debería de haber agotado el crédito. No es así, porque cuentan con la ventaja de una opinión pública crédula y unos medios de comunicación que no tienen inconveniente en repetir rumores y mentiras.

Ahora es el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) el que avanza fechas, entre tres y ocho años, como dijo hace unos días Mohamed El Baradei, pero nadie le escucha.

La carta nuclear por sí sola no garantiza el camino hacia la guerra. Por eso, Washington ha ido variando el casus belli para tener la misma variedad de argumentos de la que dispuso cuando la diana estaba puesta sobre la cabeza de Sadam Hussein. Nada hay que preocupe más a los norteamericanos que la suerte de sus tropas en Irak. A la Casa Blanca y el Pentágono les conviene hacer ver que la razón de la muerte de 3.800 de sus soldados no está en la atroz incompetencia de sus líderes, sino en la maldad intrínseca de los dirigentes iraníes.

De ahí las constantes acusaciones a Irán de estar facilitando armas y munición a la insurgencia. EEUU acusa a Teherán de estar desestabilizando al Gobierno iraquí. En cierto modo, no deja de ser divertido. Son precisamente las autoridades iraquíes las que desmienten la denuncia, por ejemplo cuando visitan periódicamente Teherán.

Las relaciones entre Irán e Irak, al menos en el plano oficial, son las mejores que han disfrutado en décadas, o quizá en toda su historia, dados los antecedentes de la mítica rivalidad entre árabes y persas. Aunque son bastante incompetentes, resulta difícil de creer que los políticos de Bagdad no sean conscientes del doble juego de Teherán.

Las mismas imputaciones a Teherán salen desde Washington a cuenta de la guerra de Afganistán. En este caso, por colaborar con los talibanes, responsables en el pasado de la limpieza étnica contra los chiíes afganos. El ejemplo se repite. El Gobierno de Kabul dice que no hay pruebas de esa supuesta desestabilización. La Casa Blanca no se da por aludida.

La prensa británica ha informado, por el contrario, de otras infiltraciones de las que se habla menos. Se trata del apoyo que la CIA presta a grupos armados iraníes, tanto del Kurdistán como de Beluchistán, que han cometido atentados en territorio iraní. Pero ya se sabe que hay terrorismos buenos y terrorismos malos. Depende del origen de sus fondos.

Para que toda esta maquinaria propagandística surta efecto, es necesario que los periodistas pongan algo de su parte. En EEUU lo hicieron hace cuatro años vendiendo como hechos las denuncias no confirmadas sobre Irak procedentes del poder.
Al conocerse las dimensiones del engaño, hicieron acto de contrición. Ahora vuelven a las andadas. Ante la noticia de las últimas sanciones norteamericanas contra Irak, el muy progresista The Washington Post ha informado a sus lectores que la Administración no pretende comenzar una nueva guerra, sino prevenirla.

Es el mismo periódico que en octubre de 2002 –cuando se pidió autorización al Congreso para utilizar acciones militares contra Irak– informó que esa votación era "la mejor forma de prevenir la guerra".

Miedo incontrolable. Mentiras interesadas. Una prensa cómplice. Los ingredientes de la próxima guerra ya están sobre la mesa.

Iñigo Saénz de Ugarte

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