El mapa del mundo

La Asamblea General como casting

Cada año, en la segunda mitad de septiembre, se reúne preceptivamente la Asamblea General. Ya sabemos que sus votaciones no son vinculantes, que las decisiones se toman en el Consejo de Seguridad. Pero sigue siendo una tribuna de excepcional impacto, y en estas fechas muchos jefes de Estado y de Gobierno hacen cola para poder subir al estrado. Es una rutina desde 1945 y la historia demuestra que, para que la rutina se convierta en noticia, caben dos posibilidades.

La primera depende de una coyuntura excepcional, como el discurso de Bush ante la Asamblea General poco después del 11 S, o algunos discursos de algún secretario general de talla, como Kofi Annan. La segunda depende del talento excepcional de algún mandatario para sacar algo de la nada y sacudir el aburrimiento. Por ejemplo, cuando el líder soviético Nikita Kruschov se sacó un zapato y se lió a golpes con el estrado (está en todas las antologías de Naciones Unidas), o cuando Hugo Chávez empezó a santiguarse y a hablar de azufre y del diablo en referencia a la presencia de Bush, el día anterior, en la sala. El primer episodio dejó de una pieza a los asistentes, el segundo, fue esperpéntico, aunque algunos de los presentes aplaudieron tal simpleza.

Este año tiene en el presidente Ahmadineyad la estrella. Pidió ir a la Zona Cero de Manhatan y le dijeron que no. Menos mal que la Universidad de Columbia salvó su honor académico y el de la sociedad civil norteamericana, invitándole a un debate, con la condición de que aceptara preguntas.

Pere Vilanova

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