El mundo es un volcán

Romney y Mr. Eurovegas, tal para cual

Tanto el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Mitt Romney, como el multimillonario y magnate del juego Sheldon Adelson son hombres de negocios profesionales convencidos de que el sueño americano significa que ‘los más capaces’ tienen todo el derecho a buscar fortuna, o a multiplicarla, sin que importen demasiado los medios o las víctimas que dejen por el camino.

El primero se hizo rico saneando empresas en quiebra que luego vendía con jugosos beneficios, aún a costa de despidos masivos o de traslado de la actividad al exterior, y colocando buena parte de su dinero en paraísos fiscales. Todo dentro de la ley y de lo que podría denominarse ‘ética mormona del capitalismo’.

Que Romney pertenezca a esta poderosa minoría religiosa (apenas el 2% de la población) es algo que no está teniendo gran influencia en la campaña, y así debe ser, pero no está de más recordar que el candidato fue obispo y es un generoso donante (millones de dólares al año) a una iglesia administrada como una gran empresa y que parece creer, como dijo Deng Xiaoping, que "enriquecerse es patriótico". Pese a ello, Romney no debe sentirse demasiado orgulloso por la forma en la que ha acumulado su fortuna, a juzgar por la racanería con la que ha hecho públicas tan solo dos de sus declaraciones de impuestos.

En cuanto a Adelson, un típico ‘self made man’ que comenzó vendiendo periódicos a los 12 años, ha levantado un imperio en Las Vegas, Macao y Singapur –que ahora pretende extender a España- y que está basado en el juego, un vicio legal que con frecuencia tiene de lucrativo compañeros de viaje a la corrupción, la prostitución masiva y el crimen organizado. Es además una de las cabezas más visibles, si no la que más, del ‘lobby’ judío que en estas elecciones parece apostar sin tapujos por expulsar a Obama de la Casa Blanca.

Los intereses de ambos personajes confluyen en la elección presidencial del próximo noviembre. Romney quiere ganar y a Adelson le interesa que pierda Obama. A Mr. Las Vegas no le importa demasiado quien le derrote, incluso empezó apoyando con un puñado de millones a Newt Gingrich cuando éste parecía tener claras opciones de triunfo, pero no tuvo ningún reparo en cambiar de apuesta sobre la marcha. Hasta el punto de que se ha convertido en el principal contribuyente a la campaña republicana, a la que está dispuesto a inyectar 100 millones de dólares, o más si hace falta. Él no lo entiende como una donación que tenga que ver con sus simpatías políticas y su ideología personal, sino como la inversión lógica en un hombre de negocios que se limita a velar por sus intereses.

Obama es el ‘gran Satán’ que quiere subir los impuestos a los ricos (o sea, a la gente como Romney y Adelson) para cuadrar las cuentas públicas sin perjudicar a las clases medias y que ha cometido el pecado mortal de aprobar ese ‘engendro’ de reforma sanitaria (tímida, vista desde Europa) que intenta que todos los ciudadanos tengan derecho (y deber) a una asistencia adecuada, que no gratuita. No sé que porcentaje de sus beneficios paga el magnate del juego, pero debe rondar al 14% que abona Romney, probablemente menos de la mitad que sus secretarias, por recordar la denuncia de otro multimillonario con mayor conciencia social: Warren Buffett.

Está claro que son tal para cual y que Romney no mirará debajo de la alfombra a la hora de aceptar el dinero de Adelson, o de los otros magnates que le están financiando en una campaña tan ‘mercantilizada’ que ha llevado al semanario ‘Time’ a publicar una portada en la que, sobreimpresionado sobre una foto de la Casa Blanca, hay un cartel en el que se lee: "En venta. Precio: 2.500 millones de dólares".

Es más que improbable que Romney se deje influir por ‘minucias’ como que varios ejecutivos de Las Vegas Sands (el emporio de Adelson) estén siendo investigados en un caso de soborno y en otro de blanqueo de dinero de un empresario mexicano acusado de tráfico de drogas. O porque en Macao (capital mundial del juego, por delante de Las Vegas), de donde procede la mayor parte de los beneficios de su principal contribuyente, las autoridades chinas hayan lanzado una gran operación policial, con 150 detenciones, contra las redes de blanqueo de dinero y prostitución, tras cometerse varios asesinatos, uno de ellos ocurrido cerca de un casino de Adelson.

Estos hechos pueden tomarse como una advertencia de lo que puede ocurrir en España si la vergonzosa operación Bienvenido Mister Marshall permite que se instale en Cataluña o en Madrid ese Eurovicio casi extraterritorial y con leyes a la medida que se presenta como la panacea para acabar con el paro. Al menos Artur Mas y Esperanza Aguirre pueden alegar (¡) al someterse a las exigencias de Adelson que su actitud es la misma que la de quien tiene bastantes posibilidades, aunque aún no sea favorito, de convertirse en presidente de Estados Unidos.

Otro ejemplo más de la confluencia entre Romney y Adelson es Israel. El candidato republicano, ansioso por ganar, no duda en despreciar los intentos (tímidos e infructuosos, inexistentes casi ahora) de Obama por lograr una solución al conflicto con los palestinos que consagre el derecho de estos a un Estado propio sin que la seguridad del Estado judío quede comprometida por ello. Para Romney, eso significa, lisa y llanamente, un apoyo incondicional a la extrema derecha intransigente que hoy gobierna en Israel y que, antes que buscar una salida al eterno embrollo que lleve la paz a la región, multiplica gestos de provocación como los asesinatos selectivos y la extensión de los asentamientos judíos en Cisjordania y Jerusalén Oriental.

Romney, junto con una corte de multimillonarios entre los que destacaba Adelson, ni siquiera pisó los territorios ocupados ni se entrevistó con el presidente palestino en una reciente visita a Israel en la que prometió a Netanyahu el oro y el moro y no le dejó ninguna duda de que, con él en la Casa Blanca, contaría con el apoyo de EE UU en caso de que decidiese atacar Irán. ¿La contrapartida? El voto y el dinero judíos en noviembre. Y eso que Obama no es precisamente un enemigo de Israel (no podría ser reelegido si lo fuera), sino que ha congelado en la práctica el proceso de paz y ni siquiera insiste ya en la congelación de las colonias judías o en ‘utopías’ como la restauración de las fronteras anteriores a la Guerra de los Seis Días de 1967.

Hay ciertas cosas que no puede decir un ‘gentil’ sin riesgo de ser tachado de antisemita, así que me protegeré de ese peligro citando a un periodista prestigioso, ex corresponsal en Jerusalén, ganador de tres premios Pulitzer y tan judío (aunque no ciego ni dogmático) que convivió tres veranos en un ‘kibbutz’ en su época de estudiante: Thomas L. Friedman. En un reciente artículo publicado en ‘The New York Times’, aseguraba lo siguiente (traducción libre): "Dado que el viaje [de Romney a Israel] no pretendía enseñarle nada, sino satisfacer los designios políticos de la extrema derecha, superfavorable a Netanyahu, y del magnate judío norteamericano del juego Adelson, ¿por qué no lo organizaron en Las Vegas? En cualquier caso se trataba de dinero –de cuanto podía conseguir Romney diciendo cualquier cosa que la derecha israelí quisiera oír y de cuán grande sería el ‘jackpot’ de donaciones que, como contrapartida, Adelson vertería en la campaña de Romney- . En realidad, Las Vegas habría sido mucho más apropiada que Jerusalén. Podrían haber construido un Muro de las Lamentaciones de plástico y haber ahorrado en combustible".

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