El mundo es un volcán

'Homeland' huele a podrido

Advertencia a los colgados de las series: voy a revelar el desenlace de la tercera temporada de Homeland, así que no les culparé si dejan de leer justo aquí. Pero creo que en este caso está justificada la transgresión- Es más, casi resulta obligada.

Pese a sus indudables valores cinematográficos, Homeland, que al principio pudo engañar con sus personajes ambiguos, su aparente huida del maniqueísmo, su reflexión sobre la delgada línea fronteriza entre la traición y el patriotismo, e incluso su crítica a las guerras sucias de la CIA, ha degenerado en una basura moralmente inaceptable que despide un insoportable hedor a podrido.

Es basura, la peor posible, la que se disfraza de caviar, la que está elaborada con el talento de buenos guionistas, impecable producto desde el punto de vista técnico de la más poderosa y eficaz industria del entretenimiento global. Pero basura, a fin de cuentas, y al servicio de un fin sectario: presentar a Irán como el Gran Satán cuya criminal iniquidad esencial justifica combatirle con todos los medios, incluso los más innobles, sobre todo con ellos.

Hasta Al Qaeda se presenta ahora como absorbida por el régimen de los ayatolás, convertido en el principal enemigo para Estados Unidos porque amenaza con dotarse de un arsenal atómico potencialmente letal para los intereses norteamericanos en la región más explosiva del planeta, para las monarquías conservadoras y petroleras árabes y, sobre todo, para  su gran aliado estratégico, Israel, blindado en Estados Unidos por el más rico e influyente de los lobbies que pululan por los pasillos del Congreso.

Según Homeland remake, por cierto, de una serie israelí-, los siniestros servicios de espionaje iraníes fueron responsables (final de la temporada 2) del peor atentado sufrido en territorio norteamericano desde el 11-S: la sede de la CIA fue destruida y más de 200 cadáveres quedaron sepultados entre los escombros, incluidos muchos altos funcionarios. Se veía venir que la temporada 3 sería la de la venganza. Los ejecutores materiales del ataque son localizados en sus agujeros y exterminados, pero el cerebro de la operación conserva la vida, pese a que se le captura, porque se le destina a una misión más alta: bajo chantaje, debe colaborar en la operación para asesinar al jefe de la Guardia Revolucionaria iraní, al que se atribuye un papel decisivo capaz de alterar la marcha del programa atómico. Y una vez eliminado, el topo debe ocupar su lugar y actuar en consecuencia, al dictado de Washington.

La misión se completa con éxito. La pieza a cobrar termina tendida sin vida en su despacho de Teherán. El topo le sustituye y, ¡milagro! , pocos meses después, Irán anuncia que permitirá el libre e irrestricto acceso a todas sus instalaciones nucleares de los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica. En la Casa Blanca y en Langley (sede de la CIA) se canta victoria. Como si la política de Estado del régimen islámico dependiera de la voluntad de una persona y no del análisis de las prioridades y los intereses nacionales.

Es decir, que una nación soberana. EE UU, asesina a un alto dirigente de otra, Irán, y considera el crimen como una represalia justificada, como un acto de justicia. Claro, que lo mismo ocurre con la eliminación de supuestos o reales terroristas con bombas lanzadas sobre territorio extranjero desde aviones sin piloto, y con frecuentes víctimas colaterales inocentes. Es la muerte de civiles en uno de estos ataques lo que lleva a un marine norteamericano hecho prisionero y sometido a tortura a sufrir de síndrome de Estocolmo, convertirse al islam , cambiar supuestamente de bando y convertirse en agente de la yihad. Esta es quizá la principal muestra de la ambigüedad moral de la serie, empeñada en una viciada búsqueda de justificación para evitar la acusación de sectarismo, de la que ya le es imposible librarse en la tercera temporada.

El asesinato del alto dirigente iraní ni siquiera llega a evaluarse desde el punto de vista de lo políticamente correcto o incorrecto. Es algo que llama mucho la atención en un país como Estados Unidos donde un político o una celebridad puede ver truncada su carrera si trasciende un comentario de tinte racista o machista, incluso en el ámbito privado.

Homeland intenta todavía engañar al espectador, mostrando dudas razonables sobre la justificación moral de esta guerra sucia y sin reglas, pero solo a nivel individual. Como en este diálogo entre la agente de la CIA que supervisa la operación y el ex marine que la remata y al que le remuerde la conciencia, porque "¿en qué universo puede redimirse un asesinato cometiendo otro?"

- Hoy he matado a un hombre, Carrie.

- Era un mal tipo, Brody...

- Sí, lo pillo.

- Peor que malo. Envió a miles de niños, encadenados unos a otros, a las líneas iraquíes, a menudo para limpiar campos de minas.

(Inaudito: se justifica hoy un crimen recordando los excesos de una guerra antigua y en la que, por cierto, Irak fue el agresor e Irán el agredido.)

Series como Homeland solo pueden envenenar el clima negociador vital para que el acuerdo provisional sobre el programa nuclear iraní alcanzado hace poco en Ginebra conduzca a una solución definitiva del contencioso que permita la normalización o cuando menos la coexistencia entre Washington y Teherán. Este veneno exquisito envuelto en papel de celofán, que se verá con frecuencia este año en el árbol de Navidad y junto a la chimenea en la noche de Reyes, este brillante producto cinematográfico, contribuye a forjar o consolidar en la opinión pública norteamericana la imagen de Irán como un enemigo desleal y en el que no se puede confiar, al que hay que destruir porque su objetivo es llevar la muerte y el terror a Estados Unidos e Israel.

Es un veneno que ya ha intoxicado a numerosos congresistas norteamericanos, que convierten en obsesión enfermiza lo que podría ser comprensible desconfianza hacia Irán, y que, bien engrasados por el lobby judío, no cejan de poner obstáculos al acuerdo. Cabe suponer que algo parecido ocurre en Irán, al menos en las altas esferas del Gobierno, porque no es probable que la serie se emita allí, excepto que se haga como instrumento de propaganda, para demostrar la mala fe del enemigo.

En resumen: arena de la peor especie, basura hedionda que puede engañar a algunos porque lleva disfraz, y que contribuye a bloquear los engranajes que podrían desactivar una de las grandes amenazas para la paz en el mundo. Netanyahu, Bush o Cheney deben disfrutar de lo lindo viendo Homeland.

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