El mundo es un volcán

Para Syriza lo más difícil está por llegar

Sin quitar mérito al trabajado triunfo de Syriza, lo peor para la coalición que dirige Alexis Tsipras llega ahora, cuando tenga que gestionarlo desde la cruda realidad del poder y no desde las promesas.

Los griegos han hecho muy bien en ignorar las truculentas apelaciones al voto del miedo llegadas desde Nueva Democracia (la derecha de toda la vida) y desde los padrinos de la troika que han dejado el país al borde de la ruina.

Ha sido más que lógica la rabiosa reacción ciudadana a un secuestro que, con el falso nombre de rescate y aplicando los dogmas de la estabilidad presupuestaria y de que las deudas hay que pagarlas, ha empobrecido hasta el límite de la supervivencia a gran parte de la población, ha reducido drásticamente salarios y pensiones, ha enviado al paro a uno de cada cuatro trabajadores y ha desmantelado el Estado de bienestar.

Si eso es Europa, ha dicho en las urnas más del 36% de los griegos que ha respaldado a Syriza, que le den a Europa. O más bien: que se entere de que hay límites que no se pueden traspasar... y que reflexione, que cambie de rumbo, porque a nadie le interesa que se rompa la baraja, que Grecia salga del euro, que se fracture una UE en cuyo código genético están, o deberían estar, conceptos hoy en crisis como integración, solidaridad, ampliación y consenso.

La clave debería ser no exigir más sacrificios a un país exhausto y empobrecido hasta el límite de la supervivencia. Machacar más a los griegos, privarles de toda esperanza de recuperación, robarles su futuro no solo supondría una crueldad intolerable, sino sobre todo un error, la constatación de que la Unión Europea ha traicionado su más genuina razón de existir.

Asistimos al apasionante ensayo general de un choque desigual entre un tren y una vagoneta. La vagoneta es un pequeño país periférico con el 2% del PIB de la UE, pero no por ello irrelevante: un laboratorio de las políticas de austeridad y del rigor presupuestario cuyo personal se ha puesto en huelga contra el desigual convenio colectivo. El tren, un mastodonte colosal, tiene en la locomotora a una maquinista con voluntad de hierro, Angela Merkel y, en sus primeros vagones, al Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea. Si colisionan, lo lógico sería que la vagoneta saltase por los aires, pero eso tampoco interesa a los que dirigen y viajan en el tren. Aunque el peligro de descarrilamiento sea pequeño, sí que podría sufrir desperfectos importantes costosos de reparar. Mejor para todos, pues, si se logra evitar el choque.

Tras el rápido acuerdo con la derecha nacionalista de Griegos Independientes (ANEL), que con toda probabilidad se gestó antes de las elecciones, el hecho de que a Syriza le falten dos diputados para tener mayoría absoluta ha perdido importancia, al menos mientras los dos socios sigan en buenos términos, lo que no cabe dar por descontado a medio plazo, dadas sus notables diferencias ideológicas. Dos fueron los traidores del tamayazo que regaló a Esperanza Aguirre la presidencia de la Comunidad de Madrid.

Tampoco eran esos dos votos una cuestión baladí en Grecia. Baste recordar las tres elecciones en menos de un año de finales de los ochenta, cuando se disputaban el poder con uñas y dientes Andreas Papandreu (padre de Yorgos, penúltimo primer ministro sometido por la troika) y Constantino Mitsotakis, representantes de las dinastías socialista (PASOK) y conservadora (Nueva Democracia). El líder derechista se quedó en 145 escaños (de un total de 300) en junio de 1989, y en 148 en noviembre de ese mismo año. No fue suficiente, y solo a la tercera, en abril de 1990, alcanzó los 150 que, con un mínimo apoyo externo, le permitió por fin gobernar sin demasiados agobios.

Una pregunta clave: ¿Le interesaba o no a Tsipras tener mayoría absoluta? La respuesta no es tan obvia como parece. El líder de Syriza, a medida que se hacía más evidente su alta posibilidad de acceder al poder fue moderando su discurso con habilidad para que nadie pudiera acusarle de una súbita conversión tras ver la luz y caerse del caballo camino de Damasco.

Ha seguido un curso acelerado de pragmatismo para tranquilizar a la coalición de acreedores, de manera especial a Alemania y a los países del Norte de Europa, que culpan al país en su conjunto de la corrupción, el derroche y el malgobierno que llevó al país al borde del abismo. Algo a lo que desde Syriza se replica algo así: "Nosotros no fuimos, sino esos mangantes del PASOK y ND. Y tal como están las cosas, con Grecia hecha unos zorros, o nos echáis una mano o se va todo al garete, chocamos con el tren y que sea lo que Dios quiera. Las dos partes debemos ser flexibles para hallar el punto de convergencia. Ni nosotros somos tan radicales ni vosotros podéis ser tan h. de p.".

El problema de una mayoría absoluta de Syriza consistiría en que, sin necesidad de pactar con nadie para gobernar, las presiones del ala más izquierdista (el movimiento agrupa a sensibilidades muy diversas) habrían sido muy fuertes para exigir que se cumpliera a rajatabla un programa de máximos que habría hecho muy difícil, si no imposible, un acuerdo con Europa y el FMI. Por el contrario, tras la prueba de flexibilidad que supone el acuerdo con ANEL, Tsipras podrá justificar algunas cesiones imprescindibles para tratar con los acreedores alegando la necesidad de coordinarse con su socio, por muy minoritario que éste sea, y aunque en sentido estricto no necesite sus 13 diputados, sino tan solo 2. El pacto, además, evita al próximo primer ministro tener que hacer equilibrios en el alambre y dota al Gobierno de una más que conveniente estabilidad.

Tras la inevitable retórica de campaña, llega para Tsipras la hora del pragmatismo. Ya ha recorrido parte de ese camino, como demuestra el hecho de que su rotunda victoria no ha hundido los mercados, que han abierto hoy ligeramente a la baja pero que cuando envío esta columna, al filo del mediodía, incluso sitúan ya al Ibex en verde. No solo es que su triunfo estuviese descontado. Tampoco que lo compensara con creces el anuncio de Mario Draghi la pasada semana de una compra masiva de deuda. Es, sobre todo que, en las últimas semanas, Tsipras ha multiplicado sus contactos y mensajes tranquilizadores, a todos los niveles, lo que le ha quitado la espada flamígera y le ha apeado del caballo del Apocalipsis en el que le mostraban los profetas de la austeridad y los recortes.

El problema es que, si los poderes fácticos que encarna la troika conceden a Grecia el alivio que necesitan, a costa de modificar una política de rigor que hasta ahora han defendido como sin alternativa, es decir, si tratan como una excepción a este país de glorioso e ilustrado pasado, otros en parecida (aunque no tan extrema) situación podrían exigir el mismo trato. Como Portugal, Italia, por supuesto España, y sin excluir Francia, donde el teórico socialdemócrata François Hollande ha renegado de su programa electoral para pasar, en lo sustancial, por el aro manejado por frau Merkel.

Los paralelismos con la situación en España son tan obvios, y se han repetido tanto, que casi da pudor señalarlos. Baste con decir que en el país europeo que tiene el partido que más se parece a Syriza lo que ocurra en Grecia en los próximos meses puede tener una enorme trascendencia en los numerosos procesos electorales que jalonarán 2015. Aunque España no sea Grecia –un cliché con el que se bombardea desde todos los flancos-, la suerte de Podemos, y con ella el rumbo que seguirá el país en los próximos años, no serán ajenos al resultado de la difícil prueba de fuego a la que se someterá Tsipras, que seguro que ya se ha dado cuenta de que lo más difícil está por llegar.

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