El mundo es un volcán

La Cruz y el Martillo ganan en Iowa

En un Estado mayoritariamente blanco y evangélico, no tiene nada de extraño que dios participase también, aunque de forma oficiosa e indirecta, en la primera etapa de la larga y compleja competición para elegir los candidatos de los dos grandes partidos a la presidencia de Estados Unidos: los caucuses de Iowa.

En el bando republicano, el candidato de dios, Ted Cruz, o si se prefiere La Cruz, se impuso por sorpresa a la prepotencia populista del favorito, Donald Trump, con otro hijo de inmigrantes cubanos, Marco Rubio, como tercero en discordia.

En el bando demócrata, el empate técnico de Hillary Clinton y Bernie Sanders supone en la práctica un triunfo de éste último, El Martillo —por cómo machaca a los poderes fácticos—, pero sin rastro de La Hoz, pese a que abunden siempre en Estados Unidos quienes consideren comunista a quien encarne los valores de lo que en Europa se llama socialdemocracia.

Aunque sólo se juega menos del 1% de los delegados a las convenciones, la tradición dicta que el efecto de los resultados de Iowa sobre la campaña sea mucho más relevante de lo que haría suponer la simple aritmética. Allí fue, por ejemplo, donde comenzó a apagarse en 2008 la estrella de Hillary Clinton y brilló la de un semidesconocido senador negro por Ohio, Barack Obama. Aunque parece mucho menos probable en esta ocasión, no es del todo descartable que la ex secretaria de Estado y esposa de un ex presidente sea víctima una vez más de la misma maldición.

Dios no estuvo ausente, pero no fue un actor principal en la contienda demócrata, que tuvo la virtud más infrecuente de lo que dictaría la lógica de enfrentar dos concepciones opuestas de cómo se debe gobernar Estados Unidos. Se da por supuesto que, más allá de la recuperación de un cierto progresismo y de la defensa de algunos aspectos del legado de Obama que parecen depender de por dónde sople el viento, Clinton defiende el sistema y protege ante todo los intereses del establishment de Washington, que a su vez representa al 1% de la población que concentra el poder y el dinero.

Su problema es cómo convencer a las clases medias, principales víctimas de la crisis y con un peso decisivo en el resultado final, de que también acudirá en su rescate. Por el contrario, su hasta ahora principal y atípico contrincante, el senador por Vermont Bernie Sanders, se presenta como socialdemócrata adalid del 99% restante, abomina de los magnates de Wall Street, defiende una universidad gratuita, una sanidad para todos que vaya más allá de la reforma de Obama y hace ondear la bandera de la lucha contra la desigualdad, tan pavorosa allí como aquí.

Su emergencia recoge parte de lo sembrado por movimientos como Occupy Wall Street (similar al 15M español) y se nutre de la decepción de ese ectoplasma tan difícil de definir en EE UU que se llama izquierda y que, si no logra el milagro de atraer los votos de centro, está condenado de antemano al fracaso.

Clinton y Sanders terminaron empatados en Iowa, las primarias de la semana próxima en New Hampshire pintan bien para este último y, al menos durante algún tiempo, se mantendrá la ilusión de que los demócratas pueden sacar a relucir su alma más progresista. Más que una probabilidad real, parece una utopía. Hay demasiadas —y demasiado poderosas— fuerzas en contra. Ya se sabe que, aunque no siempre lo parezca, al final en EE UU suelen ganan los mismos y lo único que acaso cambia son los matices. Quien, cargado de buenas intenciones, intenta romper esta dinámica lo más habitual es que salga escaldado, aunque Sanders, que correrá probablemente esa suerte, quizás se dé por satisfecho con su hora de gloria y con haber agitado las conciencias.

Dios siempre está en campaña en Estados Unidos. Las posibilidades de que un candidato del que se sepa —aunque no lo proclame— que es ateo o agnóstico pueda convertirse en presidente son tan remotas como las que existen de que se alcance algún día una solución justa y negociada al conflicto palestino-israelí. Sin embargo, tradicionalmente, la utilización del nombre de dios en vano –o sea, para ganar votos- es sobre todo patrimonio de los republicanos.

La religión figura grabada a fuego en el ADN de la campaña de Ted Cruz, senador tejano hijo de un inmigrante cubano convertido en predicador, junto a su conservadurismo de vieja escuela y una condena del establishment de Washington a tono con su pretensión de ser un candidato antisistema y en contradicción con el hecho de que es senador. En eso, y en algunas otras cosas, se asemeja a su rival Donald Trump, que nunca ha ocupado un cargo electivo y que, exabruptos extremistas aparte, recuerda en su retórica y su ideología al Tea Party, como refleja el reciente fichaje de Sarah Palin.

Cruz apeló en Iowa a dios para que le ayude a mantener vivo el despertar y el renacer de los valores del cristianismo que él mismo dice encarnar. Los suyos no son mítines al uso. En ellos, las oraciones, las invocaciones al "supremo creador" y los "amén" fluyen a raudales, e incluso preceden a la reivindicación de encarnar algo así como la resurrección del espíritu de Ronald Reagan que, de manera incomprensible desde Europa, se ha convertido en uno de los grandes iconos republicanos.

Esa religión en la Cruz cree y en la que se aúpa para ganar respaldo popular es la misma que invoca cuando denuncia que el país está siendo destruido por el aborto, empujado hacia el abismo por el matrimonio homosexual, las técnicas de reproducción asistida y la "persecución de los cristianos". Se ha escrito mucho sobre el radicalismo xenófobo y ultraderechista de Donald Trump, hasta ahora la más notoria anomalía de la campaña republicana, pero asombra comprobar hasta qué extremos llega la filosofía político-religiosa de Cruz, que quiere promover incluso desde la Casa Blanca.

Trump, el magnate tan pagado de sí mismo que presume de que no perdería apoyos aunque matase a tiros a alguien en la Quinta Avenida de Nueva York, y que defiende la prohibición de entrada en el país a los musulmanes y la deportación de 11 millones de inmigrantes, también se ha proclamado "un gran cristiano". Hasta se atrevido, para su desgracia, con citas bíblicas en las que no debe estar muy versado, ya que cometió un lapsus imperdonable que no pasó inadvertida justo donde el libro "dictado por dios" es omnipresente.  

En un país que esculpe la declaración confiamos en dios en monedas y billetes, y en un Estado como Iowa donde la religión imprime carácter, el tercero en discordia por la candidatura republicana, Marco Rubio, hijo de inmigrantes cubanos, no podían dejar el monopolio del cristianismo militante a Cruz. Así que, sin llegar a los extremos de su oponente, el candidato conservador más afín al sistema y a la ideología tradicional republicana, no se privó de referirse, viniese o no a cuento, al "regalo de la salvación que ofreció jesucristo", que "bajó a la tierra y murió por nuestros pecados".

Por supuesto, tanta apelación a fuerzas divinas podría estar en contradicción con las fuerzas más terrenales y objetivas que deberían aplicarse para el bien del país, pero eso es algo que ningún republicano (y muy pocos demócratas) se atreverían a proclamar en público.

Sea como sea, el resultado de los caucuses republicanos en Iowa han supuesto un frenazo en seco, de consecuencias potencialmente devastadoras, para las aspiraciones de Trump, envanecido por la ventaja que le daban –y aún le dan- las encuestas. Su segundo puesto, detrás de Cruz, tiene el amargo sabor de la derrota. Por el contrario, la tercera posición de Rubio, a escasa distancia de sus dos principales rivales, desprende olor a esperanza y, le convierte en el fondo en el candidato favorito para llevarse el gato al agua, gracias en buena medida a que es el preferido por el aparato de Washington y las estructuras políticas tradicionales. Tras la primera y no decisiva batalla, la guerra entre los republicanos se presenta incierta, y puede que no todos los actores relevantes hayan saltado ya al escenario. Quizá, por ejemplo, se ha dado por muerto prematuramente a Jeb Bush, hijo y hermano de presidentes.

Mientras tanto, en el campo demócrata, Hillary Clinton, cuya campaña pareció inicialmente que sería un paseo triunfal, se remueve inquieta tras el empate con Sanders en Iowa y a causa de las amenazas derivadas de su actuación en el asalto terrorista a la embajada en Libia y de la utilización de su correo personal en el intercambio de correos clasificados como secretos. Quizá se pregunta si, por segunda y definitiva vez, cuando parecía saborear las mieles de la victoria, no terminará mordiendo el polvo.

Aunque como dios es todopoderoso, será él quien marque el destino de unos y otros, a no ser que prefiera no mezclarse en política.

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