El mundo es un volcán

La crisis migratoria hace que Alemania sea cosa de seis

Hace tiempo que la política alemana dejó de ser cosa de dos, socialdemócratas (SPD) y democristianos(CDU-CSU), con los liberales (FDP) inclinando de tanto en tanto el fiel de la balanza hacia uno u otro. En los ochenta llegaron los Verdes, que se integraron en el sistema –y eventualmente en el Gobierno- al mismo ritmo que perdían su tinte radical. En los noventa, tras la reunificación, hubo otro recién llegado, La Izquierda, que asumió parte de la herencia del partido único de la RDA y que alcanzó cierta importancia en algunos Estados federados.

Ya en la segunda década del siglo XXI, Alternativa por Alemania (AfD) viene unirse a un quinteto que apenas cuestionó la supremacía de los dos grandes partidos. Llega para intentar remover los cimientos del sistema desde el antieuropeísmo, el populismo y la xenofobia. La crisis migratoria se convirtió el domingo en su trampolín. Las elecciones del pasado domingo en tres länder eran su gran oportunidad de ganar relevancia. La aprovecharon. La política germana es ya cosa de seis, y el último en llegar, presente ya en ocho de los dieciséis Estados federados, es sin duda el que resulta más inquietante.

Nadie habría pronosticado hace seis meses que AfD, creada hace tres años como una plataforma contra el euro y en general contra la UE, y cuyo techo de intención de voto rondaba el 5%, conseguiría más del 24% en un Estado (Sajonia Anhalt), por detrás tan solo de la CDU, y que sobrepasaría el 15% en Baden-Würtemberg y el 10% en Renania-Palatinado.

¿Qué ha cambiado? Un dato objetivo: que Alemania ha recibido más de un millón de refugiados de guerra y económicos y, por tanto, ha asumido la mayor parte de la carga de un éxodo humano sin precedentes en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. No toda la ciudadanía ha sido capaz de asumir las consecuencias de ese fenómeno desde una perspectiva solidaria.

Con carácter más inmediato aún, ese viraje del altruismo al egoísmo se ha agudizado desde comienzos de este mismo año tras los asaltos sufridos por mujeres en Colonia y otras ciudades. Varios de los detenidos por esos hechos son refugiados de origen árabe y norteafricano. Ninguno procedía de Siria, origen fundamental de la actual avalancha migratoria. Además, unos incidentes aislados nunca deberían bastar para demonizar a toda una comunidad, pero son las emociones, no la lógica, las que con frecuencia forjan las opiniones y alimentan los extremismos, y siempre es difícil que la acción política logre desactivarlos. Ese caldo de cultivo ha fructificado en un sector de la sociedad que ya venía dando alas a los mensajes islamófobos de Pegida, movimiento con el que AfD tiene una clara sintonía. Peor aún, ha abierto brecha en el electorado democristiano más conservador.

Es cierto que, analizados en profundidad, los resultados de las tres elecciones del pasado domingo no suponen de forma indiscutible una bofetada a la política migratoria de Angela Merkel, pese a que, en conjunto, la CDU experimentó un claro retroceso, con descensos de entre 3 y 12 puntos porcentuales. Tampoco para su coligado SPD, cuyo leve ascenso en un land no compensa su derrumbe en los otros dos.

Los comicios regionales no eran un referéndum sobre la inmigración, sino que estaban en juego muchas otras cuestiones de la política cotidiana. Los únicos vencedores de partidos ajenos al Gobierno, fueron Los Verdes, que obtuvieron en Baden-Würtemberg el mejor resultado de su historia (30%), y que respaldan sin fisuras a la canciller en su política sobre este tema, al igual que la mayoría de la población. No hay todavía motivo de alarma.

Pero hay dos elementos muy preocupantes. El primero es la tendencia, que impulsa al alza a AfD y que, de aquí a las elecciones de 2017, puede convertir al partido xenófobo en un factor a tener en cuenta, sobre todo con un Parlamento fragmentado, con seis partidos, y sin garantía absoluta de que la CDU y el SPD conserven su actual mayoría para renovar la gran coalición. El segundo es la constatación de que, como en Francia, Polonia, el Reino Unido y otros países de la UE, ha nacido y cobrado fuerza, con voluntad de permanencia, una formación antieuropea y xenófoba que los partidos tradicionales ven como una amenaza con potencial para forzarles a alterar su línea política.

Por fortuna, Angela Merkel parece más comprometida con la coherencia que el británico David Cameron, que ha respondido a los euroescépticos de UKIP y de su propio partido metiendo a su país en un lío que, si los cálculos le fallan, podría terminar tras el referéndum del próximo junio con el Reino Unido fuera de la UE y con ésta sumida en una crisis que quebrantaría los cimientos del proyecto europeo.

El peligro en el caso de Alemania no es de tanto calado. No en vano la canciller se ha convertido en el principal puntal para salvaguardar unos mínimos de cohesión de la Unión, y en tamiz por el que tienen que pasar todas las propuestas de solución de diversas crisis, incluida la migratoria. El riesgo estriba en que, al igual que Cameron –o incluso que François Hollande-, Merkel actúe más como dirigente político que como estadista, y empiece a gobernar con la vista puesta en los votos antes que en la coherencia ideológica. Porque hoy debe ser muy consciente de que el ascenso de AfD se hace a costa de la CDU, y que la sangría se hará aún más alarmante si no reacciona para defenderse de los presupuestos populistas del último actor en entrar en escena. Un desafío existencial que quizás determine su papel en la historia.

Antes de los comicios regionales del domingo, pero cuando ya los vientos de la opinión eran menos acogedores con los refugiados –incluso en el seno de su propio partido-, Merkel había comenzado a virar hacia el pragmatismo desde la posición inicial de puertas abiertas para todos, que tanto contrastaba con la cicatería de otros socios de la UE que respondían al flujo migratorio con alambradas de espino y sin querer asumir su cuota de solidaridad.

El preacuerdo con Turquía, pendiente de ratificación en la cumbre europea que comienza mañana, prevé la devolución de los llegados a territorio de la UE –sobre todo a Grecia-, situarles al final de la lista de demandantes de asilo, conceder éste por la vía reglamentaria a tantos como sean devueltos y garantizar a estos últimos unas condiciones de vida aceptables. Algo esto último muy difícil de conseguir en un país cada día más inestable, de cuya solvencia democrática cabe dudar, con intereses específicos no siempre coincidentes con los europeos en Oriente Próximo, y que ha recibido en los últimos cinco años a cerca de tres millones de refugiados, en su gran mayoría huyendo de la guerra en Siria.

La zanahoria es una ayuda para Ankara de 6.000 millones de euros, el levantamiento de la obligación de visado a los turcos para entrar en la UE y el desbloqueo de las negociaciones de adhesión, como si una clave de su estancamiento no fuera que Ankara está aún lejos de alcanzar los estándares de libertades que exige la Unión, como demuestra la reciente toma de control por el Gobierno de un periódico opositor.

Numerosos juristas estiman que estas devoluciones masivas, que además supondrían un gigantesco desafío logístico, violarían la legalidad internacional que protege a los refugiados, empezando por la negación del derecho a que cada solicitud de asilo sea tratada de forma individual. En cualquier caso, por ahí van los tiros. El ascenso de AfD da alas a que también en Alemania sean los intereses partidistas y no la solidaridad que debería estar marcada en el ADN de la UE los que condicionen en lo sucesivo la política de inmigración.

Entre tanto, nos espantamos por la dimensión de la catástrofe humana provocada por los muros de alambre de espino y los campamentos sin las mínimas condiciones de habitabilidad con los que una Europa que hace bandera del respeto a los derechos humanos se defiende de la invasión de refugiados. Se olvida que no hace tanto que, en el siglo XX, muchos millones de europeos pasaron también por parecidas situaciones trágicas. En algunos países, como España, es ya muy visible el rechazo al preacuerdo con Turquía cuya ratificación estudiarán mañana los líderes de la Unión. Si lo hacen, habrá ganado el egoísmo, no la solidaridad.

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