El mundo es un volcán

¿Les espanta la ingobernabilidad en España? Miren a Brasil

En medio de la peor depresión desde los años treinta del siglo pasado, la presidenta, Dilma Rousseff, está contra las cuerdas. Más de dos tercios de los diputados han votado a favor de un juicio político que podría expulsarla del poder. Se le acusa de utilizar maniobras contables para ocultar la auténtica dimensión del déficit (el 10,8%), supuestamente con fines electorales. ¿Les suena?

A la hora de la verdad, solo un puñado de parlamentarios aludieron a esa ilegalidad a la hora de pronunciarse en su contra y entraron en el meollo del asunto. Por el contrario, los motivos esgrimidos para avalar el impeachment en una sesión digna de una comedia del absurdo, fueron tan pintorescos como "por los masones de Brasil", "los cimientos de la cristiandad", los corredores de seguros, los militares -e incluso un torturador- golpistas de 1964, "para no ser tan rojos como Venezuela o Corea del Norte", por la paz en Jerusalén e incluso en homenaje a esposas, hijos y una autopista. Ese penoso espectáculo se desarrolló ante todo el país en una Cámara en la que un tercio de sus miembros están siendo acusados o investigados por corrupción, sobre todo en relación con el megaescándalo del gigante energético Petrobras, una trama de sobornos en la que se enredaron grandes empresarios y políticos de diferentes partidos.

Si se quería dar la imagen de que lo de menos era la acusación oficial no se podía haber hecho mejor. Con el país desgarrado y dividido, curado de espantos, las cartas estaban repartidas de antemano. Ahora le toca el turno al Senado que, ya por mayoría simple, decidirá si sigue el proceso. En caso afirmativo, Rousseff tendrá que dejar la presidencia durante 180 días, hasta que la Cámara baja dicte sentencia. Si ésta es condenatoria, con una mayoría de dos tercios, quedará fulminada. En ese interregno, la sustituiría el vicepresidente, Michel Temer, un hombre gris al que el mundo de los negocios se agarra como un clavo ardiente, pero al que la mayoría de los brasileños querrían ver también enjuiciado, en parte por lo mismo por lo que la presidenta está hoy en la picota. Después, ya se vería.

¿Qué ha pasado en el país más poblado de América Latina, miembro próspero hasta no hace nada de los BRICS (con Rusia, India, China y Suráfrica), paradigma de las cuentas saneadas, desarrollo acelerado, exitosa lucha contra la pobreza y creciente presencia internacional? Muy sencillo: que ese brillante entramado se ha venido abajo a partir de un punto en el que confluyen la desaceleración económica mundial, el estancamiento de China, el descenso del precio del petróleo, el descontrol del déficit, la inflación y el desempleo, el desplome del producto interior bruto, el desgobierno consecuencia de una alianza multipartidista y en buena medida antinatura, una corrupción generalizada de dimensiones colosales y, quizás, la falta de cintura política de la jefa del Estado.

Lo paradójico es que, al menos hasta ahora, Rousseff, rara avis,  no es sospechosa ella misma de prácticas corruptas. Por eso ha habido que recurrir a lo que más parece un subterfugio que un auténtico motivo de peso. Si acaso, su culpa más visible es que, como discípula agradecida, ha querido dar cobijo en el Gobierno a su mentor y ex presidente Luiz Inázio Lula da Silva, para salvarle de ir a la cárcel por corrupto. Un mito que se tambalea.

Brasil entra en una etapa de incertidumbre que sella una etapa histórica en la que la izquierda aplicó con éxito un pragmático modelo de desarrollo equilibrado. Un contrato social que asoció el poder político y el económico permitió mejorar la situación de las clases populares y reducir drásticamente la pobreza, y potenció tanto las grandes cuentas del Estado como las economías familiares. Nunca había sido Brasil menos desigual que durante los dos mandatos de Lula y la mayor parte del primero de Rousseff. Nunca había estado tan cerca de que su tremendo potencial humano y material la convirtiese en la gran nación que merece ser. Pero ese legado se encuentra ahora en serio peligro, cuando la tarea estaba aún a medias.

¿Y ahora, qué? El país quedará en un limbo si el Senado decide, probablemente en mayo, avalar el impeachment. Si no tira por la vía de en medio y dimite, Rousseff cesará en la presidencia y Temer la sustituirá, en principio, con carácter transitorio. No está claro que la suma de dos medias presidencias sume una presidencia completa, capaz de gobernar el país en esta hora crítica sin excesivos sobresaltos.

Entre tanto, se librarían dos batallas paralelas: la de Dilma y Lula utilizando, sobre todo desde la calle, el poder sindical, político y popular que les aupó al poder para revertir una situación en la que se juegan el ser o no ser; y la de Temer, intentando formar una coalición sólida para afrontar la crisis, lo que exigiría impopulares medidas en forma de recortes de gasto, aumento de impuestos, reforma de la legislación laboral e incluso, tal vez, un mordisco al sistema de pensiones.

O sea, lo que Churchill no dudaría en calificar de "sangre, sudor y lágrimas", pero que los brasileños no acogerían con la misma actitud patriótica que los británicos en plena guerra con la Alemania nazi. Y con una bala en la recámara, que no está claro a quién beneficiaría pero que convulsionaría aún más el panorama: un adelanto electoral que deberían avalar el Parlamento y el Tribunal Supremo.

El problema es que, al contrario de lo que ocurrió con la irrupción de Lula –tras décadas de un asalto al poder que parecía imposible-, no está claro hoy mismo en el gigante suramericano que exista ninguna figura con el fuste suficiente como para afrontar este desafío histórico, compatibilizando la conservación de los avances sociales de los últimos años con la dura medicina que parece exigir la quiebra de las cuentas públicas.

Se trata de un objetivo casi utópico porque no encaja con las prioridades de los poderes fácticos, de los capitanes de los grandes negocios que necesitan una salida urgente a este embrollo que en buena medida han contribuido a provocar, al poner en la picota a una Rousseff porque ya no garantizaba la protección de sus intereses. Hoy por hoy, este gobierno en la sombra apuesta por Temer, a falta de alguien mejor.

Más que tocada, la todavía presidenta está casi hundida y fuera de juego, al igual que Lula, que soñaba con un retorno al poder hoy ya ilusorio. Aunque viva su momento de gloria, al tristón Temer le faltan chispa y carisma para encarnar una solución duradera, y ni siquiera está libre de sospecha. Los presidentes de las Cámaras baja (Eduardo Cunha) y alta (Renan Calheiros) se enfrentan a acusaciones de haber recibido sobornos millonarios.

No, no es fácil encontrar hoy en Brasil un político importante con las manos limpias.

A este paso, llegaremos a los Juegos Olímpicos de Río con la presidenta en el banquillo, un Gobierno precario y en funciones, masiva agitación callejera y la crisis económica cobrándose nuevas víctimas. Circo sin pan, pero que la fiesta comience.

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