El mundo es un volcán

‘Homeland’ ya no engaña a nadie: sigue glorificando a la CIA

Hay algo mucho peor que una mala serie de televisión: una buena al servicio de una mala causa. Es lo que ocurre con Homeland . A lo largo de sus cinco temporadas, de manera sibilina, jugando a la ambigüedad, y con muchos medios y talento por medio, sigue intentando ennoblecer la labor de la CIA -incluso cuando recurre a sus métodos más innobles- y glorificar una guerra contra el terror plagada de errores de concepción y de desarrollo, así como de violaciones sin cuento de los derechos humanos.

Homeland ha salido al rescate de una agencia de espionaje socavada en su prestigio durante la presidencia de Bush hijo, no ya tan solo por causar miles de víctimas colaterales en su lucha contra el islamismo violento o por el recurso sistemático a la tortura como método preferido de interrogatorio, sino por clamorosos fallos de apreciación y por sus estrategias equivocadas. No se consiguió con ello hacer un mundo más seguro, aunque sí se mantuvo a Estados Unidos a salvo de atentados masivos en su territorio. Y seguro que muchos norteamericanos consideran que eso justifica de sobra cualquier exceso en los métodos empleados.

Más allá de su capacidad para actuar según criterios objetivos, la CIA se plegó sin rechistar a las directrices llegadas de los Cheney y Rumsfeld que dominaban la corte de Bush. Hoy es otra gente la que pulula por la Casa Blanca, muy diferente en teoría de aquella, más atenta a guardar las formas, aunque hay dudas más que serias sobre el fondo. La tortura ha dejado de ser política de Estado y está prohibida sobre el papel, aunque el imperio de la ley sigue siendo una utopía por la dificultad y la falta de voluntad política de hacer compatibles la seguridad y los ideales.

Aunque con algo más de cuidado, y con métodos más limpios, aprovechando a tope el potencial de los aviones sin piloto, se sigue eliminando a objetivos terroristas aún a costa de errar el tiro o de llevarse por delante la vida de muchos civiles inocentes. Casi como con Bush. Y el espionaje electrónico global, con desprecio de la soberanía de los Estados se ejerce con tanto descaro que se burla de las reticencias incluso de los Gobiernos aliados y termina convirtiendo en terroristas a quienes, como Snowden o Assange, se la juegan por denunciar los excesos del nuevo Gran Hermano.

La habilidad de Homeland consiste en que, en cada una de sus temporadas, ha sabido adaptarse a los cambios en la situación internacional, con una ambigüedad calculada  y engañosa, moviéndose por la delgada línea que aparenta huir del maniqueísmo pero que, a la postre, siempre traza una distinción clara entre buenos y malos y justifica el uso de cualquier medio para combatir a estos últimos. Técnicamente, es buen cine, y somos tan perceptivos a la estética cinematográfica norteamericana, se dosifica tan hábilmente la autocrítica que es fácil dejarse engañar y creer que se nos vende una visión objetiva e imparcial.

Sin embargo, al final el mensaje siempre queda claro, sirve a un superior interés patriótico y condena sin paliativos al enemigo, ya lo sea de Estados Unidos o de su estratégico aliado en Oriente Próximo (suelen coincidir), no en vano la serie se basa en otra israelí. Así, al final de la temporada 2, a Irán, que ha abducido a Al Qaeda y mueve los hilos del terrorismo internacional, se le presenta como el responsable directo del mayor atentado (ficticio) perpetrado en Estados Unidos desde el 11-S, con más de 200 muertos en la arrasada sede de la CIA. Era inevitable que la temporada 3 fuese la de la venganza, ejecutada con mucha adrenalina por medio pero con un éxito total.

Hoy, tras el acuerdo nuclear con Irán y la emergencia del Estado Islámico, la percepción de la amenaza se ha desviado un tanto, por lo que, en la temporada 5, Homeland se centra en este nuevo enemigo y, más en concreto, en la preparación de un atentado masivo con gas sarín en el centro de Berlín. Entre tanto, un asesino del bando de los buenos, va suprimiendo con implacable eficacia los objetivos que su jefe de la CIA le va marcando, así sea un (supuesto) peligroso terrorista o una joven reclutadora de mujeres para el frente sirio.

La trama se complementa con la difusión por Internet de archivos confidenciales que revelan que la CIA le está haciendo a los servicios secretos de Alemania el trabajo sucio que estos no se pueden permitir sin violar la ley. A la vista de lo ocurrido en los últimos años, no hace falta señalar que los hackers y la periodista que descubren el pastel son perseguidos con saña. Real como la vida misma.

El bucle se completa cuando un nuevo/viejo enemigo ocupa el lugar que antes tuvo Irán. Los guionistas demuestran una notable capacidad de adaptación a una realidad cambiante al convertir a Rusia en la pata que le faltaba a la trama, algo que viene al pelo justo cuando Moscú es el enemigo declarado en Ucrania y se involucra cada vez más en el laberinto de Oriente Próximo con su apoyo al régimen sirio de Bachar el Asad.

Berlín-Rusia-Estados Unidos. ¿A qué suena este triángulo? Exacto, a guerra fría, con sus dos grandes actores y en el escenario más simbólico de su confrontación por la hegemonía. ¿Y cuál es el gran precedente en el terreno de la ficción? John Le Carré y su mítico George Smiley, en sempiterna disputa con su némesis soviética, Karla.

No es una coincidencia. Los guionistas de Homeland no resultarían convincentes si desmintiesen esa fuente de inspiración, ya que, muchas décadas después, los guiños a Le Carré son muy visibles. Y eso convierte éste en un momento perfecto para recuperar dos excelentes series de la BBC protagonizadas por Alec Guinnes: Calderero, sastre, soldado, espía y La gente de Smiley.

Este Berlín hoy reunificado resulta un escenario tan verosímil de lo que ya se llama nueva guerra fría como lo era el Berlín partido en dos por el Muro, el de los intercambios de agentes en el Checkpoint Charlie o el puente Glienicke. Con una diferencia: que una vez disuelto el bloque soviético y derrotado el comunismo, el choque ya no es estrictamente ideológico, sino de intereses económicos y geoestratégicos. Pero, en el fondo, las viejas normas del espionaje no han cambiado tanto, ni siquiera por los avances tecnológicos. Por no faltar, no falta en la quinta temporada de Homeland ni siquiera ese componente tan eficaz en toda película o novela de espías que se precie: el topo, el agente doble que socava los cimientos del sistema y es capaz de derrumbar por sí solo la labor de años y años de paciente trabajo clandestino.

A nivel de protagonistas, Claire Danes es una buena actriz y logra aquí una actuación sobresaliente. No sale del todo mal parada en la comparación con Guinness, pero transmite demasiada electricidad. Encaja en el tono general de Homeland, que debe atender a audiencias hechas a una estética cinematográfica más frenética, pero no tiene nada que ver con la aparente frialdad y dominio de sí mismo que Guinness imprimía a su Smiley, una contención que transformaba en tensión interna.

En cuanto al desenlace, ¿acaso es posible no imaginarlo en una serie que, pese a su calculada ambigüedad, está fabricada a mayor gloria de la CIA? ¿Hay alguna duda de quién juega el papel de héroe y quién el de villano?

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