el pingue

Joan, Josep y Jordi Roca i Fontané. El Celler de Can Roca

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Oía  al filósofo José Antonio Marina hablar de un mal de nuestros tiempos: la represión de los sentimientos y lo mal visto que está mostrarlos. Algo así debí sentir cuando el día de la ponencia de los Roca me emocioné y derramé sendas lágrimas, que bajaron lentamente por mis mofletes. Apenas pude saludar a Joan Roca y creo quedé como un friki.

Pensé que la emoción se debía a que el día lo tenía tonto, de los que cualquier pequeño detalle te atrapa, te estruja el alma y sin saber cómo y por qué, te  encuentras emocionándote sin cesar. Volvió a suceder. El Vida-Vi de Josep Roca fue un auténtico viaje, un pelotazo, una borrachera de sensaciones y sentimientos que fluyeron con su palabra y con músicas como las de Poveda y la que salía del violín de nombre "Josep Roca".

La noche del miércoles aparecimos en la casa de los Roca. Así lo parece pues te sientes como el conocido al que invitan a casa y le enseñan las estancias, las habitaciones y, si es buen amigo, incluso le cuentan la historia de los cuadros o de las botellas que alberga su bodega, como es el caso.

Tras un viaje emocional y visual por su celler, nos invitaron a pasar al comedor. Panes y brioches deliciosos; tierra, mar, vino, recuerdos, paz, vanguardia, tradición, genialidad, felicidad. Todo se queda pequeño para hablar de su grandeza, de la de los tres, de la de un restaurante perfecto. Desearía sufrir cada día un dejà-vu y sentir pellizcos de felicidad recordando las horas que pasé en aquel lugar.

Tan sólo conservo la factura, las fotos las perdí. No las necesito, como tampoco recordar el cargo. Aquello se me quedó corto. Habría estado dos horas más comiendo y bebiendo grandes vinos.  (Lo Givot 2004 Priorato; Dr. Bürkiln-Wolf 2002 Gaisböhl Auslese;Blanc Fumé de Pouilly 2005 Didier Gagueneau)

¿Cuánto cuestan dos horas de felicidad?

**Aquí un pequeño viaje virtual por el restaurante, de la mano de Ver y Cocinar.

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