el pingue

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Sólo conocía de Adrià que era el autor de un libro fascinante: "El Sabor del Mediterráneo". La mañana de un día de marzo del 1999 entré por primera vez en El Bulli. Jamás pensé que por ese camino pedregoso, sin asfalto, se llegaría al restaurante, quizá a la persona, que más influyó en mi manera de entender la gastronomía y, por qué no decirlo,  en ciertos aspectos de mi vida.  Hablar de Adrià es hablar de un tipo normal, como su gente,  que se toma su trabajo como un reto, alguien para el que el proyecto siguiente es lo más importante, de ahí, creo, su potencial creativo.

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Aquel año en el que aún se daban dos servicios, almuerzo y cena, descubrí qué era el rigor, el orden, la creatividad, el equipo. Porque Adrià, Juli, el Bulli, son un equipo por encima de todo, en el que cada cual hace su cometido con el único fin de hacer que el cliente, ese día, sea "el rey del mundo", sea feliz.

Cada vez que entré por esa puerta de acceso al restaurante noté las mismas mariposas que cuando hace doce años hice una temporada en aquella cocina. Noté presión, ilusión, coraje, angustia, alegría,  paz.

Mi vida profesional está marcada por el Bulli. Sólo quien ha estado trabajando allí, haciendo un stage, sabe bien de lo que hablo. Hablo de emoción, de descubrimiento, de límites tanto creativos como personales. Entender, en la distancia, que se puede llorar  tras terminar la faena, o durante la faena; creer que lo que haces aún puede mejorarse, sentirte valorado por tu compañero, Adrià, es un regalo vital.

Cierra el Bulli conocido, se acaba una etapa en el restaurante convencional, comienza el futuro.

 

****Texto completo. Publicado, parte, en la edición de hoy. Fui stager del Bulli, sí trabajé allí, pero no a sueldo.

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