el pingue

Pespunte

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Hacía dos semanas ya que Mariano había fallecido. Candela mantenía el luto y no salía de casa por el "qué dirán". La Juana y la Merce, sus vecinas, llevaban también catorce días construyendo teorías sobre el fallecimiento del Nico, como así le llamaban. Una pensaba que había sido por culpa de la vida que llevaba, del bar al tractor y los jueves al mercado de Carracén. La otra creía además que comía demasiado y su mujer no podía con él y su apetito. La verdad la sabía Candela.

La vida de ésta había consistido desde la boda en lavar, mondar los cochinos y pespuntear manteles, pantalones y todo aquello que se le pusiera por delante. Lo del Mariano era una crónica anunciada. De mañana tres vasos de orujo y dos zapatillas. A media mañana casi media bota de vino y dos chorizos de sarta. De comida, una vez a la semana, guisantes con jamón y tocino, los otros seis días magras, chuletas, capones y verde..., "el verde para los burros". De sobremesa, con las fichas de dominó el la mano, tres o cuatro sol y sombra....
No habían tenido hijos, sólo una sobrina que no vivía ya en el pueblo y tampoco había vuelto, desde hacía años, hasta el día del sepelio, a pesar de haberla criado.

A Candela le pesaba el no haberle dado hijos al Mariano aunque el problema fuera de él. Ella nunca le habló de adopción ni de terapias. Aceptó su papel, no preguntó nunca de dónde venía los jueves, admitió que su vida era así.

El día quince de luto decidió quitar de nuevo la tapa a la Singer y arreglarse aquel vestido rosa de franela con el que había conocido a su marido. Quince días sin echar una lágrima, catorce planteándose ser la protagonista del resto de su vida.
El sonido de la polea y el balancín llamó la atención de sus vecinas. Las iba a dar tres días más de entretenimiento. Volvía a la ciudad con su sobrina.

Letrasjuntas nº 23

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