el pingue

"Gerogastronomía"

La tomatera que hay tras el cristal, justo al lado del olivo, tiene dos tomates verdes a punto de enrojecer por la acción del sol, lo mismo que mi espalda hace unos días cuando, cual dominguero, me dediqué a recoger coquinas en una playa de Valencia. Sufro y confirmo que vacaciones cortas es sinónimo de mal humor, de tedio.

Termino de visitar a mis alumnas. Todas hacen su primera inmersión en una cocina, en este caso en cocinas de residencias de ancianos. Jamás he tenido tanta expectación como cuando las visito. Multitud de ojos pequeños, ausentes o ávidos de atención, me miran buscando un "buenos días", un "qué tal", una mueca sonrirente. Sus sillas están apostadas contra la pared o, en alguno de los casos, respaldo contra respaldo para así tener enfrente una televisión, ver fétidos programas o simplemente dormir una siesta antes de comer.

En la cocina pulcritud, guantes de latex, patatas, manzanas, tomates, lechugas iceberg, huevos, pollos, cuadrantes de menús en la pared, mujeres con bata que cocinan, ....... Mientras espero la salida de la directora contemplo en el Hola un anuncio de Fairy en el que una mujer se siente más guapa y cuidada usando el detergente de "Villa Arriba contra Villa abajo". Levanto una ceja y me pregunto cuándo los publicistas tendrán ganas de cambiar estereotipos tan caducos.

Cierro la revista.  Me asalta la duda de si la cocina en residencias es gastronomía. Veo los menús y me encuentro lentejas, purés de calabaza, de calabacín, pescadilla en salsa verde, canelones de vigilia con atún, bonito encebollado, ..... Me paro a pensar en esos platos y en sus recetas -es irremediable- y me doy cuenta de que muchas de las neo-tascas tienen esta gastronomía en sus cartas, que lo más es retomar la cocina tradicional, que un buen flan de huevo es más rentable y sabroso que uno de "plástico", que todo ello provoca, si está bien ejecutado, que el recuerdo impregne la memoria de muchos de los abuelos y abuelas que habitan en silencio los pabellones de las residencias geriátricas.

Vuelvo a casa con el aire acondicionado a tope en el coche y aún así tengo calor.El viento se ha levantado; a veces cimbrea el coche y me siento mecido, como cuando de crío en el pueblo jugábamos encima de un remolque a los barcos y, embrutecidos por el "nada que hacer, nada me puede pasar", movíamos de un lado a otro el cajetón sujeto por ballestas. En casa hay 28º. Pongo el lavavajillas con los cacharros del desayuno y me hace sonreír que Heston Blumenthal quiera utilizar este artefacto para cocinar. Imagino qué pensarán los ancianos cuando alguien les cuente esta noticia. Quizá muevan la mirada a un lado y susurren al oído de su pareja de tute "¡cualquier cosa, oyes!".

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