El run run

El presidente valenciano y los libros

El presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, al que regalan trajes, va a empezar el curso con una cena taurina con militantes. Camps es un hombre frágil que necesita mucho cariño. Eso lo sabe el magistrado De la Rúa y el presidente nacional del partido, Mariano Rajoy, que tanto le debe. A darle ánimos acudirán los vocalistas de la canción del verano: nos espían, nos escuchan, nos persiguen... esto es la Inquisición. Algunos van entendiendo que no les persiguen a ellos, sino el delito, pero siguen tarareando el pegadizo estribillo.

Camps, al que regalan trajes y necesita mucho cariño, posee dos grandes ventajas: la primera, que no sale caro en ropa para el comienzo de curso, y la segunda, que economiza muchísimo en libros. Desde el año 2006, este hombre ha procurado un ahorro bibliográfico de 7,8 millones de euros, nada menos. ¿Cómo es eso? Muy sencillo. Año tras año y curso tras curso rechaza el dinero del Ministerio de Cultura para adquirir libros, incluso en inglés, para las bibliotecas públicas de la comunidad que preside.

Con los datos contrastados, como no podría ser de otro modo, el presidente valenciano ha privado de una provisión de 621.141 libros a sus conciudadanos. Eso es, al menos, lo que resulta de dividir los 7.888.496,93 euros que ha rechazado entre 12,7 euros de coste medio por ejemplar. En eso se ha distanciado de los demás gobernantes autonómicos que, avaros ellos, se han aprestado a recoger la cuota que corresponde a sus comunidades.

¿Por qué razón Camps desprecia el dinero para libros? Tal vez porque la norma le obliga a añadir del presupuesto de su comunidad una cantidad igual a la que recibe y su prioridad sea satisfacer el canon de 90 millones de euros por esa Fórmula 1 que tanto beneficia al conseguidor Alejandro Agag, yerno del amado Aznar. O tal vez porque en España hubo un tiempo, del que algunos no quieren separarse, en el que se consideraba el saber cantidad negativa. Según Mayor Oreja era un tiempo buenísimo. La ley Fraga permitía aplicar el procedimiento de la Inquisición de secuestrar libros y periódicos, reinaba el silencio sobre los abusos del poder y no había que pasar los engorrosos exámenes de la opinión pública.

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