El tablero global

Albert Rivera, ‘El Gatopardo’ español, se juega a los pactos su carrera hacia La Moncloa

Como si fuera un nuevo Tancredi Falconeri, el líder de Ciudadanos pretende aliarse con los garibaldinos y los aristócratas simultáneamente, y su nueva versión de la vieja política lampedusiana se camufla tras un barniz de modernidad: "La pregunta de con quién pactaré es del siglo XX; la del siglo XXI, es para qué", afirmaba Albert Rivera en el Fórum de Nueva Economía como si la identidad de los actores de las alianzas fuera irrelevante.

En lenguaje lego, quería decir que igual le da pactar con el PSOE en Andalucía para que continúe en San Telmo el partido que más tiempo ha ostentado un poder ejecutivo ininterrumpido de toda Europa, que ofrecerle sus escaños al PP de Madrid para que los de Génova conserven un rodillo parlamentario con el que imponer su gestión de comisionistas privatizadores, de cajas B libres de cargas fiscales y de sobresueldos en efectivo. O conseguir que Rita Barberá revalide como alcaldesa de Valencia, y pueda seguir recibiendo bolsos de Loewe; y que Albert Fabra mantenga el control de Les Corts, donde estos años los diputados peperos imputados por casos de corrupción eran tan numerosos que hubieran podido formar Grupo Parlamentario propio.

Pero Rivera podría también conseguir que todo siga como está, es decir con la derecha en el poder, en los ayuntamientos de Madrid, Málaga y otras grandes ciudades españolas. Sólo en Barcelona su postura antisoberanista parece incompatible con la Alcaldía conservadora de Xavier Trias (por su catalanismo, no por sus políticas socio-económicas), pero nuevamente tendrá la llave de la ciudad en la mano y quizá la entregue, por acción u omisión, a una tercera pareja de tan promiscua agenda de baile pactista: Ada Colau, asimismo incompatible con las dos anteriores.

Aunque lo más notable del flamante Gran Bisagra de la política hispana es que pretenda hacer todo eso flameando la bandera de "El cambio", como reza su lema de campaña; pero no uno cualquiera, sino "el verdadero cambio"; más aún, "un cambio, no sólo de legislatura, sino de etapa política". No obstante, se trata de un "cambio sensato", mejor dicho "centrado", que al final resulta tener un programa económico calcado del PP, una oferta social copiada de los liberales y un espacio político casi idéntico al de la UPyD, primer cadáver que deja en su camino hacia... el sillón que ocupan otros.

Así que Rivera parte a conquistar "el centro del tablero político", donde se encontrará con un Mariano Rajoy que llega corriendo desde el más despiadado neoliberalismo, un Pedro Sánchez que regresa de su pequeña excursión izquierdista y un Pablo Iglesias que se dispone a asaltar ese mismo "cielo". O sea, que los cuatro principales líderes políticos van a apretujarse en las cuatro casillas centrales de ese juego de pactos (aún no de tronos), ante la atónita mirada de los votantes, que a menudo no se van a poder creer el extraño resultado de sus sufragios.

Rivera quiere ser el gran maestro de esta exhibición de simultáneas a ciegas, preparado para sacrificar piezas en gambitos inesperados o enrocarse en defensas indias a la espera de que vayan pasando por delante los cuerpos sin vida de sus rivales. Al final, procurará repartirse los cargos con los de siempre y proclamará la consumación del CAMBIO, con mayúsculas para que no se vea que es lo mismo de antes.

El gran peligro que corre es que esas grandes letras no oculten del todo su estrategia y el electorado que tanto lo admira por desconocimiento descubra su verdadera personalidad. Entonces se habrá jugado su carrera política a los pactos, como si fueran dados, puesto que no cabe duda de que ya ambiciona la mismísima Moncloa y el gran riesgo de su apuesta es que se muestren las cartas: parafraseándolo, que se sepa exactamente para qué pacta.

Como decía su antecesor lampedusiano en El Gatopardo: "Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie". Por tanto, Rivera está disputando "una de esas batallas que se libran para que todo siga igual". Y se guía por una de las más célebres máximas de Alphonse Karr: "Cuanto más cambia algo, más es la misma cosa".

Esa "cosa" es la política de siempre y no nos podemos permitir que siga igual después de esta oportunidad única de transformarla.

 

 

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