El tablero global

Buscar chivos expiatorios para salvar a los culpables

Nuestro deificado presidente Barack Obama ha tenido que ser forzado por el Departamento de Justicia –y, más concretamente, por la veterana fiscal Mary Patrice Brown, quien hoy dirige su oficina de ética– a procesar por fin a algunos de los agentes que dirigieron o cometieron torturas. Para ello, tendrá que dar marcha atrás a la promesa que hizo dentro de la misma sede de la CIA. Y lo hará porque así se procurará limitar el escándalo a unos pocos casos concretos, se hará pagar el pato a unos cuantos chivos expiatorios, y se evitará (o eso es lo que se pretende) que comparezcan ante la justicia los verdaderos autores intelectuales de esos crímenes de guerra.
Esos últimos, entretanto, siguen con su campaña para demostrar que sus métodos execrables fueron eficaces. Y no sólo el tenebroso letrado John Yoo, al que la audiencia aplaude cuando pronuncia conferencias en California sobre la efectividad de los tormentos que él legalizó, sino también el ex vicepresidente Dick Cheney, quien pretende desclasificar secretos de Estado que –dice– prueban que se evitaron atentados gracias a las confesiones arrancadas a los torturados.

Y en todo este ignominioso debate siempre se olvida al último responsable de tanto horror, el ex presidente George W. Bush, quien –según todos los testimonios– autorizó personalmente el programa de interrogatorios de la CIA a comienzos del verano de 2002. Es decir, al menos un mes antes de que esos métodos criminales fueran justificados por su equipo legal con argumentos seudojurídicos.
Hoy dicen los republicanos, sin ruborizarse, que perseguir a los culpables de tan horrendos crímenes constituye una "caza de brujas". ¡Qué bajo han caído los herederos de Joseph McCarthy!

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