Tierra de nadie

Ese gran país llamado España

Quienes nos animaron a consumir sin freno como si el mundo y la visa se acabaran al día siguiente, fueron los autores de la copla de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, muy cantada en los últimos años. De estos mismos creadores llega un nuevo e insufrible tópico: España es un gran país (y saldremos de ésta). Puede parecer una frase de ánimo, aunque en realidad es el reflejo de la megalomanía que ha aquejado a nuestros últimos gobernantes, obsesionados con que se reconociera un peso de España en el mundo que no nos correspondía ni con los bolsillos llenos de mancuernas de gimnasio. La realidad puso las cosas en su sitio, y de pedir entrar en el G-8 pasamos a la silla de prestado en el G-20, que lo de estar de pie hubiera sido muy humillante.

Esta ofuscación por ser una gran potencia ignoró siempre el precio de la factura. No bastaba con tener cuatro o cinco multinacionales y unos grandes bancos, que antes eran muy sólidos y ahora son muy poco líquidos. Se requerían otras cosas, empezando por una economía que nunca superó el 2,5% del PIB mundial, por acreditar un número de patentes que no fuera de risa, por tener un servicio diplomático mayor que el de Holanda e, incluso, porque el presupuesto militar no fuera el más bajo de toda la OTAN.

Faltaba además lo más importante. Nadie preguntó a los españoles si querían poner esa pica en Flandes mientras nuestro gasto en educación seguía sin alcanzar la media de la OCDE o cuando el crecimiento de la inversión en innovación había permitido que dejara de ser miserable para alcanzar tasas ridículas. Y como lo de no preguntar es ya costumbre, en este gran país es posible cambiar la Constitución en un fin de semana o entrar a formar parte por sorpresa de en un escudo antimisiles que, por el momento, nos sitúa como objetivo nuclear de los pretendidos atacantes.

En realidad, se puede ser un gran país con más educación, sanidad, medio ambiente, justicia social y trabajo digno, justo en aquello donde se ceban esos recortes que, según dicen, nos devolverán el esplendor internacional perdido. Es el camino que nadie elige.

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