Tierra de nadie

Urdangarín crea mucha riqueza

Habrá quien extraiga otras conclusiones del informe de Hacienda sobre las actividades de Iñaki Urdangarín, pero sería injusto no reconocer la enorme valía de quien, haciendo de la necesidad virtud, es capaz de forrarse con un organismo sin ánimo de lucro. El yerno de Rey es uno de esos emprendedores que necesita este país, un hombre capaz de crear riqueza por adversas que sean las circunstancias y de canalizarla hacia un sector tan deprimido como el inmobiliario, al que contribuyó denodadamente con la adquisición de un palacete en Barcelona, cinco pisos en Palma -donde debe dar ejemplo porque tiene su ducado- y uno en Tarrasa. Esta última compra en una localidad tan poco glamorosa muestra el interclasismo de la savia nueva de la Casa Real.

Estamos, sin duda, ante un adelantado a su tiempo. Antes de que se empezara a hablar del copago en Sanidad, y en sociedad con su esposa la infanta Cristina, Urdangarín ya había aplicado el modelo a su cuenta corriente. Lo suyo ha sido una experiencia piloto para que los contribuyentes sepan lo que es pagar dos veces: una, a través de la asignación presupuestaria al jefe del Estado y su familia; y la otra mediante los convenios que Baleares y Valencia firmaron con su ONG para que el dinero de todos fluyera hacia su entramado societario.

En sentido estricto, no se puede hablar de malversación de fondos públicos. La monarquía, en cuanto cúspide del Estado, no es sólo el Rey sino también su familia porque es la que facilita la continuidad dinástica. Bajo esta premisa, es evidente que cuando el Estado o sus administraciones dan dinero a la institución en su conjunto o a alguno de sus miembros en particular, lo que se perpetra no es un desfalco sino una redistribución, ya que todo queda en casa.

Los monárquicos pueden estar tranquilos. O resplandece la inocencia del yerno real o el PP le concederá un indulto preventivo, que es como el que el PSOE aplica a los banqueros pero más rápido. Si todo falla, queda en la récamara el ya famoso cese temporal de convivencia, la manera que tiene Zarzuela de llamar a los divorcios para irse a acostumbrando.

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