Tierra de nadie

El milagro valenciano

En Valencia se ataban los perros con longaniza, o para ser exactos con llonganissa. De las fuentes de los jardines de Monforte manaban a partes iguales leche y miel, por lo que cualquiera podía desayunar gratis si se traía las tostadas de casa. El artífice de tanta prosperidad se llamaba Francisco Camps, al que debió de erigirse una estatua que compitiera con la de Carlos III pero sin caballo, que arruga mucho los trajes. En aquella Comunidad siempre se podía elegir entre nadar en el Mediterráneo o hacerlo en dinero, del que había en abundancia para dar y, sobre todo, para tomar.

Tal feracidad no escapó a la perspicacia de Rajoy, quien en 2006, cuando navegaba feliz con Camps y Matas por ese mar tranquilo desde el que la costa se asemejaba a un interminable chalet piloto, proclamó sentirse orgulloso de esa tierra donde se hacía una gestión "en la que se pueden mirar muchos y se producen avances en lo que importa, que es la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos". Dos años después, embriagado de ese progreso que daba para levantar ciudades de las ciencias, construir aeropuertos paseables y diseñar circuitos de Formula I, el ahora presidente confesaba que aquel era el ejemplo que debía seguir España.

De explicar la letra pequeña se encargó Esteban González Pons, que para eso era valenciano y había sido conseller del milagro: el modelo de Camps se basaba en "menos impuestos, más dinero en el bolsillo, menos burocracia, menos gasto público y más protección a las pequeñas y medianas empresas y a los autónomos".  Con aquellos ingredientes, Valencia caminó hacia el éxito con paso firme: una deuda del 20% del PIB, que es la envidia de su pares, un desempleo que afecta a uno de cada cuatro de sus ciudadanos en edad de trabajar y una corrupción galopante.

No termina uno de creerse que en la tierra prometida los bancos y cajas locales se hayan volatilizado y que su economía esté intervenida de facto por el Gobierno central porque es incapaz de hacer frente a sus vencimientos de deuda. Como esto siga así no se podrá ni atar a los perros por la escasez de embutido.

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