Tierra de nadie

Los voluntarios de Ana Botella

En el país de los 5,27 millones de parados, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, ha alumbrado la genial idea de que determinados servicios y centros públicos sean atendidos por voluntarios, de manera que la crisis no impida el aprovechamiento completo de las infraestructuras por falta de medios. Tomemos el caso de una piscina cubierta obligada a suprimir el turno de tarde de natación para adultos impartido por un monitor titulado. ¿Debemos resignarnos a que la situación económica obligue a cerrar la piscina? En absoluto. Un voluntario sustituiría en sus funciones a quien antes cobraba por su trabajo, y todo ello por amor al arte y a la comunidad.

Cree mucho Botella en el voluntariado, quizás porque ella misma se ofreció voluntaria para ser alcaldesa y terminó siéndolo, aunque no tengamos noticia de que haya renunciado a sus haberes. Constituye además la solución perfecta para distraer a los desocupados de todas las edades, en vista de que ahora es muy difícil que se pasen las horas muertas delante de una obra porque no se construye nada. De esta entrega solidaria de tiempo y talento ha excluido expresamente las tareas de limpieza, quizás porque no se confía en que las ancianas sean capaces de dejar como la patena los retretes de una biblioteca.

Educada en los ambientes en los que el auxilio social es un pasatiempo para las damas de la alta sociedad, Botella confunde los términos. Puede haber voluntarios para organizar una carrera popular pero no para cuidar los árboles de los parques públicos, porque para eso existen jardineros, que son gente rara que hacen tres comidas diarias gracias a que riegan las plantas. Por esa regla de tres, podríamos ahorrarnos el sueldo de los médicos, que, además y en virtud del juramento hipocrático, están obligados a socorrer a quien lo necesite.

El Estado tiene obligaciones indelegables con unos ciudadanos que pagan impuestos justamente para eso. Es discutible incluso pretender que, a cambio de una subvención, sean ONG las que realicen sus funciones. En cambio, esto de dejar de pagar por el trabajo es revolucionario y reduce mucho el déficit.

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