Tierra de nadie

Somos muy impacientes

Ha venido a decir Rajoy que el Gobierno trabaja con perspectiva y que, aunque sus medidas para sacar a España de la crisis no tengan a efectos a corto plazo, son los cimientos de una nueva era de prosperidad, la puerta abierta a un tiempo distinto en el que recordaremos las penalidades pasadas como un mal sueño. El aserto es por el momento indiscutible porque sigue sin inventarse la bola de cristal para contemplar el futuro y las que existen fallan más que la TDT en los pueblos de montaña. Así que supongamos por un instante que su predicción es correcta y que la próxima década encontraremos justificadísimo citar a Séneca cuando sentenciaba que la prosperidad que más dura es la que vino despacio. Entre tanto, ¿con qué nos distraemos?

Nadie duda de que sentarse a ver llegar un porvenir venturoso es un ejercicio muy relajante si se dispone de un sillón con orejeras junto a la chimenea, pero no lo es tanto cuando el que espera lo hace de pie y a la pata coja. Más que una virtud, la paciencia es un lujo que muchos no pueden permitirse porque en eso de las tres comidas diarias el estómago es un reloj suizo que avisa con terribles campanadas cuándo llega la hora de las croquetas.

Hay que tener un rostro marmóreo para reclamar paciencia a los parados que han agotado las prestaciones y que, en algunos casos, se han convertido en lectores de esquelas para ofrecerse a la empresa del difunto, a las familias que han sido desahuciadas, a los dependientes que nunca vivieron por encima de sus posibilidades y ahora se les regatea una ayuda o directamente se les niega, o a los jóvenes que han empezado a emigrar a la búsqueda de un empleo para poder salir dentro de unos años en nuevos capítulos de Españoles por el Mundo.

A este hatajo de impacientes les encanta el desvelo del Gobierno por la próxima generación pero echan en falta que se proclame que luchar contra su déficit privado, el que a muchos nos les permite llegar a fin de mes y a otros ni empezarlo, es más importante que hacerlo contra el déficit público. Son cortoplacistas y no ven más allá de su próxima compra en el Carrefour.

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