Tierra de nadie

Que nos ayude Punset

Para situarnos, Martin Gardner venía a ser como Eduardo Punset pero mas peinado, y ejercía también en su época de divulgador científico. Hace casi 50 años escribió Izquierda y derecha en el cosmos, un libro que hablaba, entre otras cosas, de la simetría y planteaba cuestiones tan curiosas para un productor de La Rioja como ésta: si se pudiese beber el vino reflejado en un espejo, con su composición molecular invertida, ¿qué sabor tendría? Siendo apasionante el asunto etílico, lo más llamativo era precisamente su reflexión sobre izquierda y derecha. ¿Cómo distinguir si una mano sin pulgar suspendida en el espacio es diestra o zurda? ¿Cómo establecer la diferencia entre izquierda y derecha sin una referencia clara?

Salvando las distancias, el problema de la mano estelar se ha trasladado a la política de forma tan intensa que una buena parte de la ciudadanía perdió la capacidad para discriminar porque no había forma humana de ver el pulgar al guante. ¿Cómo saber si quien hablaba era de izquierdas o de derechas cuando lo que venían diciendo y haciendo era esencialmente lo mismo? ¿A qué carta quedarse si bajar los impuestos a los ricos podía ser de izquierdas, si lo que entendíamos por derecha se presentaba como el partido de los trabajadores, si los ministros de Economía de unos y otros eran intercambiables o si resultaba indiferente lo que se eligiera porque era patente que quien realmente decidía era Angela durante la digestión del codillo en salsa?

La más perjudicada fue la presunta izquierda, porque a sus votantes les cambiaron la mano al descuido, les hicieron probar el vino del espejo, que ya no era Rioja sino un preparado de sangría para turistas alemanes, y les provocaron una resaca del quince. Convencerles de que el proceso de reimplante del pulgar va por buen camino y hacerse perdonar por la estafa gástrica perpetrada será un proceso largo y doloroso.

Aprovechando la confusión surgieron los partidos ambidiestros, que no de centro, cuya característica primordial es que una vez enseñan el pulgar derecho y otra el izquierdo, como los bailones de discoteca que aún en los 80 emulaban a Travolta. Les ha ido bien en España y acaban de triunfar en Italia, donde tienen la llave de un país que, ingobernable y todo, se ha librado de la indecencia de tener un primer ministro decidido a los postres por la dama del codillo y a quien nadie había votado.

El juego de manos, algunas especialmente ‘sobrecogedoras’, nos ha llevado a la situación actual, donde no es que hayan muerto las ideologías sino que algunos empeñaron en asesinarlas y erraron el tiro de gracia. No es la política la que está en crisis, porque política hacen los movimientos sociales que obligan al Parlamento a debatir su moción sobre los desahucios, los que se manifiestan contra el Gobierno y piden que Rajoy se ocupe del registro de Santa Pola, los que gritan ante la sede del PP que cuenten con ellos para los sobresueldos, o los que obligan al faraón Gallardón a bajarse de la pirámide y recular con las tasas judiciales.  Esos que llaman antisistema son, en realidad, los leucocitos de un cuerpo enfermo que tratan de salvarlo de la infección de caballo, tan popular ahora por las albóndigas del Ikea.

Después de ver los programas de Punset sobre el éxito, la longevidad, la creatividad, el cáncer o el funcionamiento del cerebro, se echa en falta un Redes sobre la izquierda y la derecha en el que se desvele quiénes han amputado los pulgares a nuestros políticos interestelares. Algo como Salvados, pero en plan científico y con entrevistas en inglés, que siempre viste más.

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