Tierra de nadie

Del insulto al eufemismo

Lo más revelador de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña en la que ordena que se readmita o se indemnice al trabajador que fue despedido por llamar "hijo de puta" a su jefe es la constatación de que asistimos a una degradación social del lenguaje con la que hay que ser indulgente, porque lo extraño es que en una discusión no haya alguien que se acuerde de la madre que te parió o te invite a practicar la sodomía con el palo de una escoba.

En política abundan ejemplos de este tipo porque nuestros servidores públicos son permeables a los usos sociales, salvo cuando llevan el discurso escrito o lo leen en un telepronter como las chicas del telediario, tal es el caso de Esperanza Aguirre en la Asamblea de Madrid. En el Congreso, Bono pasa el típex por el Diario de Sesiones cuando escucha un insulto, pero aún así hay que ir preparado. A Durán le han llamado "gilipollas"; a Llamazares, "maricón"; a Aznar, "marrano", a Alonso, "payaso"; y así. Tenemos tan a punto el improperio, que fue salir del coma Jesús Neira y referirse a Zapatero como "un jovencito que dice imbecilidades". Poco antes el Gobierno le había concedido la Gran Cruz al Mérito Civil por defender "nuestra dignidad como sociedad".

Lo peor del lenguaje político no es que esté degradado, es que se ha pervertido para conseguir que las palabras pierdan su significado primigenio y disfracen la realidad hasta hacerla irreconocible. Esto es lo que ha hecho posible que Guantánamo no fuera un centro de torturas sino un "limbo jurídico", que la ocupación de Irak o Afganistán sean guerras "por la libertad y la democracia", que al despido libre se le llame flexibilizar el mercado de trabajo, que la corrupción del PP sea una conspiración de los socialistas o que Marichalar y la infanta Elena no se separen sino que acuerden "un cese temporal de su convivencia matrimonial".

Acodados en la barra del eufemismo, causa sorpresa que la ONU se haya atrevido a acusar a Israel de crímenes de guerra y contra la humanidad en su ofensiva contra Gaza (1.400 muertos, 800 civiles), aunque para ello haya tenido que hacer lo mismo con Hamás, cuyos acciones causaron 13 muertos, tres de ellos civiles. Llamar a las cosas por su nombre no implica que finalmente se haga justicia, pero desahoga una barbaridad. Casi tanto como insultar al jefe.

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