Tierra de nadie

Los cubanos también tienen derechos

Tras su visita a Cuba, The Wall Street Journal, el periódico de ese señor que tiene a sueldo a Aznar, ha dicho que Moratinos es el hombre de los Castro en Europa, y que, con gente como él y Obama, que también es un flojo con La Habana, con Irán y hasta con Birmania, el 2010 será el año internacional de los dictadores. El WJS ya le hizo a un traje a Zapatero, al que llamaba sectario, le acusaba de romper España y de ser un accidente que un país no podía permitirse, mientras ponía en solfa la versión sobre los atentados del 11-M. Hay expectación por ver qué opina de Rajoy cuando tenga a bien dedicarle alguna línea.

El pecado de Moratinos ha sido fijarse como objetivo que la UE anule una resolución de 1996, promovida precisamente por el empleado de Murdoch (el dueño del WSJ), que condicionaba las relaciones con la isla a la transición a una democracia pluripartidista, un requisito que, como sabe, se aplica a rajatabla a China, a Arabia Saudí o a Pakistán, por citar sólo tres ejemplos. Bueno, ese y no haberse reunido con la disidencia cubana, que es como el Floridita, una visita obligada. Cuba fue un ícono de la izquierda, y ahora lo es de la derecha, cuya obsesión por este rincón del Caribe es patológica.

La revolución cubana es una anacronismo, una utopía malograda que aspiraba a construir la patria del socialismo y que ha terminado por no reconocerse a sí misma, sustentada en lo económico con cartillas de alimentos para el 70% de la población y en lo político por un comisario del partido en cada esquina. Es un país extraño, que hace de sus ciudadanos médicos, ingenieros, cineastas y arquitectos, y luego los sienta en el malecón a ver romper las olas, para que sueñen con otras orillas. Es una dictadura atípica, con presos de conciencia pero también con opositores oficiales que acuden a las recepciones de los embajadores y a los que sólo les falta dar ruedas de prensa.

Cuba tendrá que cambiar y lo hará, seguramente, cuando el castrismo se agote vitalmente. Será lo que los que cubanos quieran que sea, más allá de los dictados del WSJ y de los consejeros de su propietario. Entre tanto, hay 11 millones de personas que tienen derecho a comer, a dar el interruptor y que se haga la luz, y a que su desarrollo no se decida en Bruselas ni en Washington. Hay un bloqueo que ha fracasado; el otro, el mental, es el que no cesa.

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