Tierra de nadie

A Costa le quieren volver loco

Ricardo Costa, o sea, es un pijo de primera. Con su Lacoste y sus náuticos, arreglado pero informal, está divino de la muerte. Le privan los Infiniti, siempre está a Rolex y nunca a setas, presume de mear colonia y se sabe que tiene la lágrima más rápida al oeste del río Turia. Aún así, hay que reconocer que a este hombre quieren volverle loco. "Tuvo una actitud impropia de lo que fue y de lo que ya no es", explicaba Cospedal para justificar por qué Rajoy, que hasta el jueves iba de Job, le había suspendido de militancia. Un esquizofrénico anda suelto.

Recapitulemos. Costa llega al Comité Ejecutivo en el que iba a dejar de ser el secretario general de Valencia. En la reunión, Camps le promete paz y amor y le confirma en el puesto. Costa es feliz y, como no entiende que en Madrid se diga que ha dimitido, lo aclara en un comunicado. Confusión. Rajoy que por aquel entonces seguía siendo santo, insiste en que Costa ya no es lo que era, aunque nada parece indicar que haya dejado de ser lo que fue. Cada mañana, Ric llega al partido, le saludan con un "hola, secretario general", ocupa el despacho del secretario general, pide un café a la secretaria del secretario general y lee en la prensa a Cospedal: "Costa ya no está en el ejercicio político". Debe de ser un malentendido porque cada día habla con Camps, como lo haría el secretario general o uno de sus amiguitos del alma.

Costa está perplejo. Repasa el acta de la reunión. Se tranquiliza. Sigue siendo el secretario general. Pero escucha a Cospedal: "Costa ha dejado de ser el secretario general (...) Cuando el acta se aprueba definitivamente es cuando se puede llamar acta, hasta entonces ni siquiera lo es". En resumen, el secretario general no es el secretario general y el acta no es una acta. Costa duda de que Costa sea Costa. Lo pregunta. "¡Qué cosas tiene usted, secretario general!". Aclarado.

Llega el jueves. Costa está nervioso. Se planta ante la prensa para pedir explicaciones a su partido. Pronuncia cinco frases y en cada una resalta su condición de secretario general. Suena repetitivo, pero es una forma de convencerse a sí mismo. Costa no sabe que Rajoy ha dejado de ser Job, y se sorprende cuando se entera de que ha decidido que ya no sea ni militante. Vuelve a su despacho. "¿Cómo ha ido la mañana, secretario general?", le preguntan. "Espantosa".

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