Tierra de nadie

Desnudar a Aguirre es pecado

Quizás por incómoda, la verdad nunca estuvo bien vista en política. A un dirigente se le pide que hable bien y que convenza, aun a costa de exagerar, manipular, tergiversar o mentir, pero no que se desnude o desnude a los suyos, porque con las vergüenzas al aire no hay quien resista un otoño, por muy benigno que éste sea. Un político ha de ser hipócrita, desear el mal a su vecino con un halago y huir de la verdad como de la peste. De los inconscientes que no siguieron estos consejos suele decirse que perdieron las formas -un grave pecado- y ello les hace acreedores de un juicio severo. A esta tarea se entregó ayer el PP con el vicegallardón Manuel Cobo.

Lo de Cobo clamaba al cielo. Nunca se vieron juntas tantas verdades como puños, con lo desagradables que resultan los puños en su partido, sobre todo si están en alto. Esperanza Aguirre puede gobernar la Comunidad de Madrid como una finca videovigilada o ser una liberal de pacotilla capaz de convertir Telemadrid en el espejo de la bruja de Blancanieves. No tiene importancia. Lo grave es dar notorios a sordos y confesarlo públicamente ya que, como ha sentenciado Rajoy, con esas actitudes se hace "un flaco favor a España y al Partido Popular". ¿Acaso se merece España que se la perjudique impunemente con una ristra de verdades?

Los políticos han de extremar las precauciones y medir sus palabras, no vaya a ser que acaben perjudicando al país. El ejemplo a seguir es el de Francisco Camps, que puede resultar algo cursi pero siempre está contento y es una alegría escucharle. Su método para triunfar o, simplemente, para seguir en el machito se denomina genuflexión dialéctica, que es al lenguaje lo que el sexo oral al Kamasutra. Compruébese en esta cita extraída de la intervención del valenciano ante el Comité Ejecutivo del martes pasado: "Cuando yo estaba mal y sufría, pensaba en ti y me animaba, Mariano. Tú eres mi escudo". Y es que para ser bella la poesía no necesita ser sincera.

En definitiva, Cobo se merece el castigo de haber llamado a las cosas por su nombre, una conducta impropia de un político. Hay quien asegura que en su hemorragia verbal influyó el vil metal, el haber recibido una herencia familiar que, según él mismo ha contado, le da la independencia suficiente para afrontar sus imprudencias. La verdad no nos hace libres; es el dinero. Ahora lo sabemos.

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