Tierra de nadie

RTVE en la máquina del tiempo

Zapatero y Rajoy se han puesto de acuerdo para que Alberto Oliart sea el nuevo presidente de RTVE en sustitución de Luis Fernández, cuya marcha es todo un acontecimiento en un país en el que no dimite nadie ni en defensa propia, y menos aún por un cuestión tan nimia como que el Gobierno haga luz de gas al responsable del Ente y le ignore olímpicamente a la hora de cambiar el modelo de financiación de la televisión pública. Si Fernández fue el primero en llegar al cargo por consenso, Oliart es el segundo. Da gusto que entre nuestros líderes planetarios reine la armonía.

Oliart tiene un envidiable currículo. Abogado de profesión, ha sido tres veces ministro -de Industria, Sanidad y Defensa- con la UCD, toda una cantera en lo que a hombres de consenso se refiere. Tan dilatada es su experiencia que Oliart llega al cargo a los 81 años, una edad que quizás no aparente pero que transmite un desolador mensaje sobre las aptitudes de las nuevas generaciones de españoles para la gestión empresarial y hasta del estado de las cuentas de la Seguridad Social. ¿Será éste un aviso sobre la nueva edad de jubilación que precisa el sistema para ser sostenible?

La confianza que PSOE y PP han depositado en el ex ministro es mucho mayor que la de las empresas privadas por cuyos consejos ha transitado. De hecho, Oliart sólo mantiene cargos en dos sociedades familiares, una de ellas una SICAV llamada Prospectus Inversiones, ahora que tan de moda están estas firmas de inversión colectiva en lo que a fiscalidad se refiere. Salvo por la autoría de algunos artículos en prensa, nada en su trayectoria sugiere que el ex ministro tenga experiencia en el mundo de la comunicación o de las corporaciones audiovisuales, por lo que cabe deducir que éste no debe de ser un requisito que sus padrinos consideren imprescindible para asumir la presidencia de RTVE. O lo que es lo mismo, se puede dirigir una televisión sin tener ni idea de televisión.

Sería exagerado pedir que antes de cubrir la vacante se publicara una oferta de empleo en los periódicos buscando aspirantes, como hizo la BBC hace algunos años, aunque ello no avala el procedimiento actual. Si para encontrar un candidato bien visto por los dos grandes partidos es necesario rebuscar entre las viejas glorias de la Transición, dentro de pocos años el consenso será imposible sin una máquina del tiempo.

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