Tierra de nadie

Acerca de la dignidad

A diferencia de lo que opina Montilla y el universo de la prensa catalana, la dignidad es una cualidad indisociable del individuo y nace con él, como reconoce la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo primero. Cataluña tiene montañas, playas, edificios de Gaudí, trenes de alta velocidad y autopistas de peaje, pero no tiene dignidad, ni sentido común, ni arrogancia, ni cobardía ni ninguno de sus correspondientes antónimos. Cataluña está privada de dignidad por la misma razón que la Coca-Cola carece de honor. La dignidad es un valor personal que las democracias están obligadas a proteger. Lo hace, por ejemplo, la Constitución alemana cuando proclama que "la dignidad del hombre es intocable" y lo hace extensamente el propio Estatuto de Cataluña en su enumeración de los "derechos de las personas".

Como la dignidad puede perderse fácilmente, su ejercicio tenaz, a riesgo incluso de la propia vida, puede provocar perplejidad, que es justamente es el estado en el que el ministro Moratinos ha reconocido sentirse tras escuchar a la activista saharaui Aminatu Haydar negarse a aceptar la nacionalidad española y poner fin a la huelga de hambre que mantiene desde hace más de dos semanas. Aminatu conoce el valor de su dignidad y no está dispuesta a malvenderla, y a medida que la suya se agranda, la de otros se empequeñece o, sencillamente, se echa en falta porque la poca que tenían se agotó hace tiempo.

Algo parecido le ocurre a Enrique Múgica, presunto Defensor del Pueblo, cuya interpretación sobre los derechos que asisten a una persona expulsada de su país y obligada a entrar en otro en contra de su voluntad se resumen en lo siguiente: "El Gobierno tiene que defender los intereses generales de España, (que) no pueden ser subordinados a querencias o exigencias, por muy legítimas que sean". ¿Pensaban que el encargado de denunciar los abusos de los poderes públicos estaba llamado a defender cualquier causa menos la razón de Estado? Pues se equivocaban.

En este estado de confusión nos encontramos. Se glorifica la dignidad de quien no puede tenerla, se menosprecia la de quien moriría por defenderla y se piensa que el mero hecho de ocupar un cargo confiere dignidad a quien carece de ella. Parafraseando a Valle-Inclán, cada una de estas situaciones tiene el poeta que se merece.

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