Tierra de nadie

Nosotros los piratas

Todos los usuarios de Internet somos bastante piratas. Cuando no es la última de Disney, que así nos ahorramos el cine, querida, y los niños nos dejan tranquilos dos horas, es el recopilatorio de Manolo Escobar para la abuela, o el Vinagre y Rosas de Sabina, que si lo compro es en la edición especial de 26 euros, así que no lo compro. Se piratea música, cine y hasta textos, de manera que lo que uno escribe aquí, si gusta, estará en un rato en un blog de Lugo y en versión íntegra, no vayamos a molestar al lector con un enlace al medio del que el autor cobra. Se piratea a destajo porque cada vez quedan menos que paguen por lo que pueden conseguir gratis. Esa es la puñetera verdad.

A partir de aquí se abre un catálogo de opciones para hacer compatible nuestra natural tendencia al abordaje con los rendimientos del trabajo del que nos apropiamos. Esta cualidad se nos supone intrínseca y, de hecho, ya pagamos un canon digital por todo lo que se mueve, nos pongamos o no el parche en el ojo. Pero los piratas tenemos derechos, entre ellos el de poder compartir un CD, una película o un libro con quien nos dé la gana, o el que sea un juez y no los amigos de la ministra de Cultura quien decida que hemos pecado gravemente contra el quinto mandamiento de la propiedad intelectual y nos cierre el chiringuito. Y, además, votamos, que es lo que explica que Zapatero haya cogido la manguera a toda prisa para sofocar el incendio de su ley de economía sostenible.

Rodeadas por potenciales corsarios, hay industrias como la audiovisual que pretenden que el Gobierno mande a la Armada Invencible en su defensa, aunque sólo un cambio de estrategia pueda salvarlas del hundimiento. Y la supervivencia pasa por una reducción drástica de los precios y por asumir que Internet es una oportunidad de negocio y no un castigo de los dioses. La Red se carga los intermediarios y a los ejecutivos de la Sony. ¡Qué se le va a hacer! Las gallinas de los huevos de oro no pueden vivir eternamente.

Los piratas, que no somos tontos del todo, estaríamos dispuestos a pagar un precio justo por la mercancía, aunque sólo fuera para conjurar el peligro de descargarnos el virus de moda en vez de la canción del verano. Si entre susto o muerte hay quienes optan por la segunda opción, que no nos culpen a los demás de sus penas. Que hubieran elegido susto.

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