Tierra de nadie

¿Violento? Sólo lo normal

Ayer fue uno de esos días normales. Supimos que un anciano había matado a golpes a su santa, que en Afganistán habían despachado al otro barrio a una docena de personas y que alguien quiere hacer cecina de Cristina Kirchner, a la que, por cierto, apodan la yegua. Convivimos con la brutalidad y la violencia con la misma cotidianeidad de quien cada mañana baja a por el pan, y apenas si damos importancia que el Premio Nobel de la Paz justifique la guerra y sea ovacionado. En nuestras modernas sociedades no necesitamos de la fuerza para sobrevivir ni siquiera para alimentarnos, pero cada segundo hay un disparo, un hachazo, una paliza o una bofetada. Son hechos corrientes que, lejos de sobresaltarnos, nos aburren infinitamente.

En este clima, un desequilibrado le ha dejado a Berlusconi la cara como un mapamundi después de arrojarle con saña una reproducción en miniatura del Duomo de Milán. Ha habido suerte porque si esto pasa en París, con la cortante Torre Eiffel como arma arrojadiza, nadie sabe lo que pudiera haberle ocurrido. Cuando la duda es si queda alguien incapaz de matar a su padre sin causa justificada, la agresión de Tartaglia a este súper primer ministro con dos cojones, dicho sea al estilo de don Silvio, genera reflexiones de todo tipo sobre las causas de la violencia política, como si pudiera disociarse de la violencia infantil, la juvenil, la senil, la doméstica, la de género, la del fútbol, la xenófoba y la gratuita.

Urge conocer los móviles del sujeto, si estaba manipulado por un secta o por esos comunistas que en China, como dice el madelman italiano, no mataban niños sino que los hervían para fertilizar los campos. Y por eso se le registra a fondo por si se le encuentra la prueba irrefutable, esto es, una edición de El Capital en tapa dura. Pero lo que se halla es decepcionante: un crucifijo terciadito, un pisapapeles de cuarzo y una lámina de plexiglás. ¿Quién está detrás del atentado? ¿Una tienda de souvenirs de la Plaza Sempione?

Tartaglia ha explicado que odia a Berlusconi y el odio es un motor poderoso. Se siembra desde las tribunas, los púlpitos y las televisiones de pantalla plana, y brota con fuerza en el Hyde que llevamos dentro. Nos parece natural hasta que un loco nos tira a la cabeza un Partenón de metacrilato. Lo peor es la leyenda: "Estuve aquí y me acordé de ti". Y de tus muertos.

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