Tierra de nadie

Dos banderillas y un volapié

Si había un debate de postulados inamovibles era el que enfrentaba a taurinos y antitaurinos. A la irrefutable evidencia de la tortura animal se oponían consideraciones diversas sobre la cultura, la vidorra que se pegan los bichos durante cinco años en las dehesas o el peligro de extinción que acecharía a la especie si se impidiera su lidia. Así nos hemos pasado siglos, hasta que el Parlamento de Cataluña ha aceptado discutir si han de prohibirse o no las corridas. Justo en ese momento, dos argumentos novedosos han enriquecido la polémica: que los nacionalistas quieren acabar con los toros porque simbolizan la fiesta nacional y suponen una competencia desleal a los castellets y a la sardana; y que cerrar las plazas atenta contra la libertad; por ello, si aceptamos que hoy nos dejen sin toros mañana nos prohibirán los pantalones de pinzas, por mucho que sepamos que son una horterada.

De ser cierta la tesis de la conspiración nacionalista habría que sumar a la misma a buena parte de los Borbones, que ya desde Felipe V quisieron acabar con las suertes por considerar que constituían un divertimento del populacho con el que se ponía todo perdido de sangre. Nacionalista catalán debió ser Carlos III, que prohibió las corridas en 1771, Carlos IV, que volvió a proscribirlas en 1805, o el Marqués de San Carlos, que quiso ponerlas fuera de la ley en 1877 y los parlamentarios le dijeron que nones mientras daban olés a Lagartijo y a Frascuelo.

La idea del liberticidio la defienden singularmente los antinacionalistas que odian los toros, reacios a aplaudir todo lo que llegue del norte del Ebro aunque sea por despiste. Olvidan que esa misma libertad que invocan es la que tienen los representantes del pueblo para decidir sobre las corridas o la que conservarán los aficionados catalanes para ir a ver a José Tomás a Zaragoza o a la Maestranza, donde además de sacar el pañuelo podrán hacer turismo y conocer a gente.

Con todo, los defensores de los animales deberían plantearse nuevos interrogantes. ¿Hace sufrir Angel Cristo a sus elefantes? ¿Tortura a los delfines quien los exhibe en una piscina? Y tendrán que respetar que, desde la inmensa minoría, taurinos como el que escribe sigan pensando lo del sainete: "Es una fiesta española / que viene de prole en prole / Y ni el gobierno la abole / Ni habrá nadie que la abola".

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