Tierra de nadie

Laporta, el rapsoda

Al fútbol le ha hecho poemas hasta Alberti, o al menos a ese "oso rubio de Hungría" llamado Platko, un portero al que nadie olvidaría, ni siquiera el mar "que frente a ti saltaba sin poder defenderte". Dar patadas a un balón era para Camus, antes de que se partiera la crisma hace ahora medio siglo, una auténtica escuela de filosofía y de moral, algo "al menos tan hermoso como el sexo", según Umberto Eco, o ese milagro a través del cual Europa, en opinión de Paul Auster, había aprendido a odiarse sin destrozarse. No ha de extrañar por tanto que, de esa "poesía colectiva" de la que hablaba Morin, surjan rapsodas que aspiren a declamar sus odas en otros ámbitos, tal es el caso de Joan Laporta, al que muchos ven ya como el Homero del independentismo catalán.

Sin embargo, Laporta no es de los que se conforman con glosar la gloria de otros sino que pretende encarnar la épica misma. Estamos, sin duda, ante un poeta de acción, que igual se queda en calzoncillos en un aeropuerto, ignorando el consejo de Ibsen de no llevar nunca puestos los mejores pantalones "cuando salgas a luchar por la paz y la libertad", que llama diez veces imbécil por teléfono a un presidente autonómico, sabiendo la mala rima que tiene esa palabra. La suya es poesía social, a lo Blas de Otero, y como él prefiere "fabricar un alba bella" aunque sea para él solo.

Al presidente del Barça se lo disputaban antes, cuando Artur Mas y Montilla pugnaban por probar de su café y salir junto a él en las fotos, y se lo disputan ahora que ha revelado su disposición a conducir hacia la libertad a su pueblo sometido como una especie de Moisés del Tibidabo, desde donde bajará con las tablas de la ley y varias butifarras, por si lo del maná en el desierto era solo una leyenda. Ya nadie recuerda que los ingratos socios del club quisieron echarle hace poco más de año y medio, fatídica etapa en la que Laporta resistió a los descreídos y con el becerro de oro se hizo seis copas y un trofeo Gamper.

El fútbol ha engendrado un líder al que la clase política catalana trata de buscar acomodo. Nadie sabe qué será de este verso suelto cuando los endecasílabos de Xavi, Iniesta o Messi abandonen la estrofa. A Gil no le fue mal porque su única ambición era recalificar la tierra prometida, pero Laporta dice que quiere hacer historia, y eso son palabras mayores hasta para un poeta.

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