Tierra de nadie

¿Que no sabe qué hace el rey? Menudo cirujano

Nadie discute que el cirujano que ha operado al rey es un experto en prótesis de cadera, al mismo nivel incluso que el más famoso periodista riojano que vieron los tiempos y que, con más titanio en el cuerpo que el Guggenheim es, sobre este particular, una eminencia mundial. En otros asuntos, sin embargo, el doctor Cabanela demuestra un desconocimiento enciclopédico. De ahí que, al ser preguntado esta madrugada si el monarca podría retomar sus actividades nada más salir del ‘taller’, se viera forzado a reconocer que ignoraba lo que hace habitualmente un rey.

La inopia de Cabanela es casi ofensiva porque la fama de trabajador infatigable del jefe del Estado trasciende fronteras. Su actividad es frenética. Si antes había encendida siempre una lucecita en el Pardo para que los españoles fueran conscientes de que el Caudillo velaba los sueños de sus supervivientes, lo de ahora es como la portada de la Feria de Abril de Sevilla.

No es sólo ese mensaje navideño anual repleto de cargas de profundidad sin el que nos resultaría casi imposible digerir los langostinos de la cena. Es la dicción, mejorada a lo largo de décadas de ensayo, su naturalidad frente a las cámaras. No estamos ante un polvorón, que sin papel se desmorona. Cuando afirma que la Justicia es igual para todos con las fotos familiares de fondo, cuando vemos retratados en esos marcos de plata a la Reina, a sus nietos y a la infanta desimputada, sabemos que le sale del corazón y del autocue.

El rey hace de todo un poco. Antes practicaba deportes y daba gloria verle al timón de los sucesivos Bribones mientras la Familia real al completo, incluida la pródiga prole de la rama griega, seguía sus evoluciones desde la cubierta del Fortuna. Eran otros tiempos, pero el que tuvo retuvo, y aún se le puede ver practicando boxeo con su chófer, que es un sparring de categoría. Como cazador, es sabido, ha alcanzado notoriedad mundial. No ha habido osos borrachos –que en paz descanse el infortunado Mitrofán- ni elefantes africanos que se resistieran a sus disparos. Pese a su último gran traspié con los paquidermos, los tiros de nuestro anciano rey, en palabras de su gran amiga Corinna, siempre fueron muy certeros.

Obviamente, y quitando ese "coñazo de desfiles", que diría Rajoy, no todo es esfuerzo físico. Juan Carlos organiza unas cenas de gala de categoría de las que nunca hemos oído quejas y nos representa divinamente en todo tipo de conferencias internacionales ya que su campechanía causa furor en la diplomacia mundial. No se recuerda a nadie que mande mejor callar a un presidente democráticamente elegido y será difícil que alguien pueda superar su manera tan directa de inaugurar cualquier cosa que se le ponga por delante, excepción hecha de los pantanos porque ahí la competencia es durísima y además ya no se hacen.

El rey, para que se entere el ilustre Cabanela, hace todo eso y más. A veces sin querer, como cuando se convirtió en la inspiración de los militares golpistas y tuvo que trasnochar para desfacer el entuerto. Si tiene que visitar a algunos sátrapas árabes a los que llama primos para agradecerles algunos préstamos del pasado lo hace sin pereza alguna, aunque ello implique públicas genuflexiones en palacios marbellíes. Y si hay que ejercer de jefe de ventas de alguna multinacional siempre se puede contar con él, y sin comisión de por medio que se sepa, lo que resulta muy meritorio.

El amor que este hombre tiene por España, por su unidad, y por la institución que viene dando de comer a los Borbones desde hace siglos es ilimitado. La desafección catalana, por ejemplo, le tiene tan afligido que haría bien Artur Mas en no acercarse mucho por Zarzuela, no le fuera a ocurrir lo que a esos alcaldes catalanes a los que puso de vuelta y media por sacar a la gente a la calle "con engaños" y con TV3 en la Diada del año pasado.

En cualquier caso, se nota que Juan Carlos disfruta con lo que hace. Y eso que la prensa canalla, aquella que, como dijo, gusta de "matarme y ponerme un pino en la tripa todos los días" no le pasa una. Van dados esos periodistas. Ya sea de una sola pieza o convertido en Robocop, el destino del heredero empieza a parecerse mucho al de Carlos de Inglaterra, que ya duda si ponerse falda escocesa en los actos públicos porque a los 64 tacos ya no está uno para lucir las pantorillas.

Ahora que ya sabe a qué dedica su tiempo el monarca, el cirujano de la Mayo podrá contestar con precisión quirúrgica a la pregunta de si el rey podrá volver a su actividad normal. La respuesta es sencilla aun para un gallego como Cabanela.

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