Tierra de nadie

Chávez se aparece por Halloween

Salvo la de El Padrino, las segundas partes tienden al bodrio. En Venezuela, para más inri, se murió el protagonista de la primera, y la única forma que han encontrado los guionistas de que el país no haga zapping definitivamente es resucitarle de vez en cuando, ya sea bajo la forma de pajarito cantarín o al estilo cara de Bélmez, sobreimpresionado en un muro de las obras del Metro. A Nicolás Maduro sólo le faltó postrarse de hinojos cuando mostró el prodigio por televisión: "Es la mirada de la patria que está en todos lados, inclusive en los fenómenos que no tienen explicación".

Las periódicas apariciones de Chávez -al que como se descuide le hacen San Hugo en el calendario bolivariano o, peor aún, Virgen de Barinas- son lamentablemente los únicos ‘milagros’ que acontecen en una nación que iba a ser la patria del socialismo del siglo XXI y que aparenta estar retrocediendo décadas con la excusa de tomar el impulso definitivo.

Maduro no es Chávez, ni su sombra, ni siquiera el ‘miniyo’ del comandante. Poco importaría, en cualquier caso, que el nuevo presidente fuera la caricatura que es si alguna de sus acciones permitiera atisbar que lo construido no amenaza ruina. Porque es cierto que Venezuela ha avanzado, que la pobreza se ha reducido, que los programas de vivienda ha hecho retroceder al chabolismo, que las llamadas misiones, aun rezumando chavismo hasta en la sopa, han servido para alfabetizar a casi el 99% de la población y para llevar alimentos básicos y sanidad a quienes ignoraban lo que era un médico, y que ha resultado cubano. Pero llega un momento en que la excusa del enemigo externo que planea asesinatos que jamás concreta y, sobre todo, la del enemigo interno -por mucha oligarquía del Country Club contra la que haya que luchar-, ya no justifica nada.

Mientras Maduro crea un viceministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo que ha sonado a cachondeo, los destinatarios de la dicha institucional llevan meses sin poder comprar papel higiénico, lo que algo felices les haría, sobre todo por las mañanas. Uno puede entender que haya fuerzas interesadas en debilitar al Gobierno y que se hayan dedicado a acaparar productos y especular con ellos hasta disparar la inflación por encima del 40% en lo que va de año. Lo que resulta incomprensible es que sea ese mismo Gobierno el que los financie, ya que, por mor del control de cambios establecido por Chávez hace diez años, los importadores compran dólares al Estado a un precio hasta cinco veces menor a su cotización en el mercado negro.

El  problema actual es algo más complejo y más antiguo que el chavismo mismo. En Venezuela plantas un geranio y el agujero te escupe petróleo, pero lo demás hay que comprarlo fuera ya que ni la harina de las arepas se produce en el país. De hecho, habría que ser un completo imbécil para fabricarla cuando el Estado subvenciona generosamente su importación. Si a ello se le suma el aumento de la demanda interna –en lo primero en lo que se convierten los que salen de la miseria es en compradores-, el resultado es una tormenta perfecta sobre el chándal de Maduro, que posiblemente vea en los charcos de lluvia la beatífica sonrisa del propio Chávez y la difunda por Youtube.

Sin pretender dar lecciones sobre cómo se construye el socialismo, ya sea del siglo XXI o del Cretácico Superior, lo primero que se antoja imprescindible es contar con un verdadero Estado, que en Venezuela no suele estar aunque se le espere, y cuando está reúne a un sinfín de arribistas y corruptos de todo pelaje, aunque los que proliferen ahora sean los propios entusiastas del régimen con la familia del difunto a la cabeza.

La situación económica actual es tan surrealista que, desconfiando del propio Viceministerio de la alegría, el propio presidente ha tenido que prometer una Navidad feliz. ¿Cómo? Con emisiones de bonos en dólares de Petróleos de Venezuela, un recurso de urgencia que trata de garantizar que habrá divisas para comprar juguetes, licores, y abetos en esas fechas tan entrañables, todo ello con importaciones subvencionadas. Para que la felicidad sea completa, Maduro ha asegurado a los trabajadores públicos la percepción del correspondiente aguinaldo, de manera que además de ver las bicicletas de los niños en los escaparates puedan llevárselas a casa el día de autos.

Con este panorama, lo extraño no es que Chávez se aparezca por Halloween a los obreros del Metro de Caracas en fantasmal holograma sino que no se ponga a levitar sobre el delta del Orinoco a lo David Copperfield, que eso seguro que lo da hasta la CNN. Quizás les suene raro a los partidarios de este ‘nuevo socialismo’ paranormal, pero hay países que dan más importancia a contar con una economía eficiente, a que se pueda salir a la calle sin tener esquivar las balaceras o a que al dar el interruptor se haga la luz como en el Génesis. Si Maduro garantizara algo parecido se le llenaría de creyentes su paraíso terrenal.

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