Tierra de nadie

Por fin un país de orden

Nunca podremos agradecer bastante al PP esa nueva ley de Seguridad Ciudadana que prepara con la que, por fin, volveremos a esos tiempos apacibles del franquismo en la que todos éramos gente de orden y nos vestíamos por los pies. Habíamos caído, hay que reconocerlo, en una deriva antisistema y llegamos a pensar que la calle era nuestra y no de Fraga, ignorantes de que el difunto había testado su inmensa propiedad viaria en favor de la Policía y del Gobierno. Se vuelve, por tanto, al estado natural de las cosas. ¿Cómo habremos de comportarnos en el futuro? Como Dios y Fernández Díaz, su ministro del Opus en la tierra, manden.

Hemos estado en estos años presos de la anarquía. Protestábamos por tonterías: porque nos despedían o nos bajaban el sueldo, porque algunos políticos o la propia familia real nos robaban al descuido, porque la Justicia es un cachondeo y la ley electoral una basura, porque agentes de uniforme nos dejaban tuertos con una pelota de goma o nos apaleaban hasta la muerte e, incluso, porque querían ponernos una central nuclear o un almacén de residuos en el jardín de nuestra casa. Lo hacíamos además a lo loco, sin pensar en las graves consecuencias que todos esos actos tenían en la marca España y en nuestra reputación como país.

Para evitar estos desmanes Interior ha diseñado multas disuasorias, con lo que se evita que nos rebelemos por encima de nuestras posibilidades. ¿Que le hacemos un escrache a Ana Botella y le fastidiamos una relaxing cup of café con leche? 600.000. ¿Que además lo hacemos con bufanda porque hace frío? 30.000 del ala. ¿Que grabamos al tiempo cómo nos rompe el bazo un antidisturbios en un claro atentado al derecho a su honor y su buena imagen? Otros 600.000. ¿Que nos acordamos de su familia mientras nos pisa la cabeza? 30.000 más. Como efecto colateral se logra reducir el déficit público que tanta falta nos hace.

La nueva normativa es un monumento a esa mayoría silenciosa que nuestra derecha reinante tanto aprecia, ya sea en Cataluña o en Montemayor de Pililla, provincia de Valladolid. La mayoría silenciosa es la que no sale de casa, ese lugar donde se está de muerte viendo los documentales de La 2. O si sale, lo hace para lo imprescindible: trabajar, sellar el paro o comprar lotería, si es que a alguno le quedan ganas después de ver el anuncio de ese Joker al que llaman Raphael. Por descontado, siempre en grupos impares menores de tres para no levantar sospechas.

Esto, y no lo de Zapatero, es verdadera educación para la ciudadanía. Pese a todo, no faltarán quienes vean tras este loable ensayo de formación de las masas un intento de criminalizar a los movimientos sociales que, todo hay que decirlo, son muy pesados y lo ponen todo perdido. Además, si el movimiento se demuestra andando, ¿por qué esa manía de concentrarse y quedarse acampados?

El catálogo de infracciones es muy exhaustivo, aunque ya puestos debería ser considerado infracción muy grave el lanzamiento de ventosidades en calles estrechas. Y una cosa más. Está muy bien que se multe a quienes deslumbren con dispositivos láser a los conductores. Lo que resulta incomprensible es que no se aplique igual medicina a los que fastidian con el dichoso puntero a Cristiano Ronaldo cuando tira las faltas. Una cosa es que la FIFA le menosprecie y otra que Rajoy le desproteja siendo además del Real Madrid.

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