Tierra de nadie

Que el PP nos perdone por lo del Prestige

La sentencia del Prestige tendría que sentar de una vez jurisprudencia. Es absurdo buscar otro culpable que no sea la fatalidad en una catástrofe que destroza 1.100 kilómetros de costa, sabiendo además que aquí la fatalidad es reincidente, una delincuente habitual que se burla de nuestras competentes autoridades y que nos deja inermes ante sus fechorías. Ante eso nada puede hacer nuestra lenta y complaciente Justicia. Nos zarandea el azar más que a una novela de Paul Auster y contra eso no hay Código Penal que valga, por mucho que Gallardón intente aplicar al destino su cadena perpetua revisable.

Tranquiliza saber que todo se hizo bien en la gestión de la crisis del petrolero, y esa certeza debería facilitarnos al menos una hoja de ruta ante futuras eventualidades. ¿Qué han de hacer los responsables políticos a los que se informa de que un barco cargado hasta las cachas de fuel puede embarrancar en nuestras cosas? Lo que hicieron entonces Cascos y el difunto Manuel Fraga: irse de caza y encontrar la paz pegando tiros a los corzos, que tiempo tendrán de preocuparse.

Pero para eso, antes hay que hacer los deberes y situar al frente de la dirección general de la Marina mercante a un genio de la navegación, a un experto de la driza y el trinquete como José Luis López Sors, un visionario que, si le dejan, es capaz de hundir el USS Enterprise con una mano atada a la espalda y además por teléfono. ¿Cómo culpar a la fatalidad sin que haya naufragio?

A Sors, a quien la Audiencia de Coruña ha absuelto con todos los pronunciamientos favorables por su buen hacer en la tragedia, un buen día se le apareció la Virgen. Otro buque, el chipriota Castor, con 26.000 toneladas de gasolina en sus entrañas, se averió frente a las costas de Almería en 2000 y Sors le obligó a dejar aguas españolas. Tras navegar por el tranquilo Mediterráneo el barco, cuya estructura aguantó milagrosamente, llegó a Malta y su carga pudo ser trasvasada.

Con el Prestige hizo exactamente lo mismo, con independencia de que el Cantábrico no es una bañera y de que no existe ninguna Malta en el rumbo a Terranova que obligó a poner al capitán del buque. Su consigna, grabada dos horas después del primer mensaje de socorro fue clara: "Que lo separen de la costa hasta que se hunda".  ¿Y el petróleo, ese que aún hoy sigue llegando en forma de galletas degradadas a las costas gallegas? El Apóstol Santiago lo haría desaparecer.

La sentencia es clara. Todo se hizo bien, incluida la tarea de criminalizar al capitán Mangouras, un viejo marino griego que navegaba en una bomba de relojería, es verdad, pero que cómo estima el fallo contaba con todos los permisos, un tipo tan loco que estaba convencido de evitar el naufragio si se le hubiera permitido llevarlo a aguas abrigadas, ni siquiera a un puerto de refugio. En vez de eso, fue forzado a salir a alta mar y a poner en marcha los motores, cuyas vibraciones agrandaron el boquete y determinaron finalmente que se partiera en dos. ¿Culpables? La fatalidad, ya se ha dicho.

Una vez que la Justicia ha hablado, el PP puede finalmente colgarse la medalla en la pechera. ¡Cuán injustos hemos sido con aquel Gobierno que intentó acallar las críticas de quienes recogían el fuel con las manos tirando de talonario –"Yo vengo con el dinero en el bolsillo", que decía Don Manuel-! ¿Cómo resarcir a Aznar, al que casi hubo que mandar a la Guardia Civil para que se acercara a la ennegrecida costa a riesgo de que se le mancharan de chapapote sus Martinelli? ¿Cómo compensar a Rajoy de las burlas por sus "hilillos de plastilina"? ¿Cómo no dar a la razón ahora a quienes pensaban que los de Nunca Mais eran batasunos que fingían tener acento gallego?

Tendrían que haber escuchado ayer martes en un bar cercano al Congreso a la diputada del PP María Teresa de Lara. De la sentencia no podía hablar porque varias horas después, ella, que es la portavoz de su grupo en Medio Ambiente, no había tenido curiosidad en echarla un vistazo. Demostraba a su juicio, eso sí, lo bien que lo hizo el Gobierno, ese mismo Gobierno desbordado e inepto al que los cientos de voluntarios que se apresuraron a limpiar la costa por su ineptitud dejaron con las vergüenzas al aire. "Seamos sinceros, los voluntarios no limpiaron nada. Quien lo hizo fue Tragsa", dijo. Con un par.

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