Tierra de nadie

Rajoy guiña el ojo para apuntar mejor

Si es verdad lo que cuentan, el poder tiene más aditivos que la gasolina de 98, de manera que, bajo su luz, hasta el más simple de los individuos pasará por Maquiavelo. Ello explicaría que, salvo lo del súbito atractivo erótico -que aunque para gustos se hayan hecho los colores no parece ser el caso- los observadores de Rajoy hayan comenzado a descubrir atributos impensables en este anodino registrador de la propiedad al que los suyos bautizaron como Maricomplejines y se hartaron de dibujarle abrazado a la molicie.

De esta recreación ha emergido un líder inconmensurable que no sólo es capaz de laminarse él sólo y con una mano atada a la espalda a los que en su partido se atreven a levantarle la voz, sino también de cepillarse de tres en tres a los directores de periódico más críticos. La ficción ha hecho posible que donde antes había un enamorado de la siesta se encuentre ahora un killer temible, que si guiña el ojo no es porque tenga un tic sino para apuntar mejor, que diría Billy Wilder.

Ascendido a leyenda del salvaje Oeste, Rajoy se ha venido arriba, hasta el punto de que en el debate sobre el Estado de la Nación se ha presentado a sí mismo como el salvador de la patria, el hombre providencial que con sus reformas evitó que España se viera abocada al desastre y que ahora causa admiración en éste y en otros mundos ya que, una vez reparada la junta de la trócola, es el motor V8 de la recuperación.

A este relativo endiosamiento hay que atribuir la afirmación más divertida de todas las que ha pronunciado estos dos días, mucho más incluso que la de "no debemos caer en la autocomplacencia" con la que provocó pérdidas leves de orina a causa de la risa en varios puntos del hemiciclo. "No soy inmovilista", proclamó el presidente, esta vez sin pestañear más de la cuenta.

Se comprueba, en consecuencia, que el poder no sólo te hace más alto, más guapo y más listo sino también más chistoso. Con la misma frase, una estatua no habría tenido más gracia. Igual que Zenón trató de demostrar que el movimiento no existía y que ni en sueños Aquilés alcanzaría a la tortuga, Rajoy intenta convencernos de que la mejor forma de progresar es quedarse quieto. De ahí el tuit con el que se presentó al debate: "España avanza".

Inmerso en esta paradoja, no es extraño que el presidente aborde los grandes problemas del país más estático que los ojos de Espinete. ETA, por ejemplo, se desarmará por si misma y el problema será cómo hacerles llegar el teléfono para que digan dónde dejan las pistolas. Lo de Cataluña, en cambio, será más fácil porque Artur Mas está a punto de rendirse y tiene el número de Moncloa grabado en el móvil.

¿Lo del paro? Se está solucionando y sin necesidad de mover un músculo presidencial. A medida que los que sí se mueven dejen el país llegaremos al pleno empleo. No haría falta porque ya se ocupa la Virgen del Rocío, pero por si acaso libra se van a rebajar las cuotas a la Seguridad Social de los nuevos contratos indefinidos.

La crisis se ha acabado por decreto. España avanza gracias a que Rajoy se está muy quieto. Lo de este hombre no es poder. Es poderío.

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